
Hace no tanto tiempo, la sostenibilidad era un concepto con el que, por regla general, en el mundo corporativo solo estaban familiarizados los expertos en responsabilidad social corporativa.
Hoy en día, en cambio, la sostenibilidad se ha convertido en un elemento clave para la estrategia corporativa y financiera de cualquier compañía, independientemente de su tamaño, y que sale frecuentemente a colación en reuniones con la alta dirección de las empresas. Esta relevancia creciente es especialmente cierta en el caso de las empresas cotizadas, ya que éstas reciben cada vez más preguntas sobre sus políticas ESG (medioambientales, sociales y de gobierno corporativo) cuando por ejemplo realizan roadshows con inversores y analistas financieros. Podemos decir, así pues, que la sostenibilidad ya es mainstream y un must.
Esto es una noticia excelente para todos: en primer lugar para las compañías y sus stakeholders -accionistas, trabajadores, proveedores, clientes, la sociedad en general-, pero también para las entidades financieras como uno de los principales proveedores de capital de estas empresas, bien de manera directa -a través de préstamos- o bien intermediando entre dichas empresas y terceros -a través de bonos o equity.
Y es una gran noticia principalmente por dos motivos. Por una parte los bancos queremos contribuir proactivamente a transformar la sociedad. La sostenibilidad tiene en cuenta los intereses de los distintos grupos sociales y exige ser más escrupuloso con las políticas de gobierno corporativo. Por otra parte, como entidades con accionistas a los que rendir cuentas periódicamente, también nos vemos sujetos a un escrutinio exhaustivo de la comunidad financiera en materia ESG. Dichos accionistas necesitan confiar en la solidez del modelo de negocio en el que están invirtiendo, y eso nos exige a todas las entidades financieras tener muy en cuenta todos los factores relacionados con la sostenibilidad a la hora de tomar nuestras decisiones, ya que lo contrario puede implicar riesgos sustanciales para la viabilidad de nuestro negocio, con el consiguiente impacto sobre la estabilidad del sistema financiero.
Pongamos un ejemplo. Si una entidad financiera le presta dinero a una compañía cuyos procesos de producción no son respetuosos con el medioambiente -si no lleva a cabo un control estricto de las emisiones de CO2 o si realiza vertidos de residuos contaminando el agua de una comunidad-, dicha compañía puede verse sujeta a riesgos de diversa índole: disrupción tecnológica, litigios que desemboquen en sanciones que lastren su tesorería, campañas de activistas que impliquen publicidad negativa para la compañía... Todos estos eventos pueden afectar potencialmente a la cotización en bolsa de dicha empresa, y también a su capacidad de repago, con el consiguiente impacto negativo sobre el banco, que verá comprometida su capacidad de recuperar los fondos prestados. Se puede decir que el negocio sostenible es mejor que el que no lo es, y cada vez hay mayores evidencias, como el reciente estudio de la consultora Boston Consulting Group que ha llegado a la conclusión, a través del análisis de más de 300 compañías en diversos sectores, de que aquellas con mejores estándares ESG alcanzan una mayor capitalización bursátil y obtienen beneficios más elevados que sus competidoras.
Volviendo al papel de los bancos en el desarrollo de la sostenibilidad en la economía y las finanzas, hay muchas medidas que estamos tomando y que van más allá de la obvia de facilitar financiación a través de instrumentos financieros sostenibles -como préstamos y bonos verdes, donde los fondos se tienen que destinar en su totalidad a proyectos sostenibles; o créditos sostenibles, donde el margen del préstamo está parcialmente ligado a la evolución de un rating externo de sostenibilidad-, o incluso de financiarnos nosotros a través de algunos de estos instrumentos.
También llevamos a cabo acciones con impacto positivo en nuestro entorno. Por mencionar solo algunas: invertir en negocios innovadores en materia de sostenibilidad y con una tecnología replicable; formalizar acuerdos de colaboración con organismos internacionales; promover foros de diálogo donde se difunde la importancia de la sostenibilidad -incluyendo entre otros un compromiso decidido con la descarbonización de nuestra cartera o de no financiar negocios controvertidos-.
En resumen, tanto empresas como entidades financieras ya nos estamos moviendo en la dirección adecuada, que no es otra que la que nos marca la sociedad, pero aún queda mucho por hacer.