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La oportunidad perdida de la OMC

Las delegaciones de los 164 países miembros de la Organización Mundial de Comercio (OMC) viajaron en diciembre a la Conferencia Ministerial de Buenos Aires sin expectativas. Los escasos progresos no fueron suficientes para obtener resultados como los logrados en las anteriores Conferencias de Bali y Nairobi.

No fue posible siquiera alcanzar el acuerdo esperado sobre prohibición de subvenciones a la pesca ilegal, consistente con el objetivo 14.6 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La OMC se encuentra en un momento complicado con solo 22 años y tras 16 de negociaciones inconclusas de la Ronda de Doha para el Desarrollo, y su futuro se pone en cuestión desde distintos foros.

La OMC, y antes el GATT que incorporó, han jugado un papel clave estableciendo reglas para el comercio mundial, supervisando su cumplimiento y liberalizando los intercambios en las últimas décadas. Comprende una serie de acuerdos sumamente valiosos, estructuras de cooperación eficientes y un sistema de solución de diferencias de reconocida eficacia.

Pero el requisito de aprobación de acuerdos por consenso, que permite a un solo miembro en desacuerdo tomar contrapartidas como rehenes, es poco eficaz. La evolución de los pesos relativos en la economía mundial inherente al proceso de globalización ha trastocado equilibrios geopolíticos anteriores y la reciente crisis financiera ha provocado que el tradicional apoyo social al libre comercio se haya debilitado.

El principio de reciprocidad se convierte en prioridad absoluta y surge una retórica proteccionista que parecía del pasado, igual que renace la interpretación mercantilista de que los países solo ganan cuando exportan más que importan y que, por ello, importar es malo.

El libre comercio ha sido uno de los principales motores de la prosperidad económica que hemos vivido en las últimas décadas y ha sacado a millones de personas de la pobreza, y lo ha hecho bajo unas reglas multilaterales claras y eficaces de la OMC. La integración de la economía mundial con la revolución tecnológica, de que el principal exponente son las cadenas globales de valor y la preponderancia de los bienes intermedios en el comercio mundial, muestran la interdependencia de los sistemas productivos y la conveniencia de importar para construir modelos productivos más competitivos.

El libre comercio ha sido indebidamente culpado durante la crisis de algunos males que en realidad se explican por el desarrollo tecnológico. El comercio solo pone a prueba la competitividad de los sistemas productivos de los países cuando se exponen a un mercado cada vez más global que, en las condiciones adecuadas, opera como un poderoso motor de crecimiento y de creación de empleo de calidad.

España es un caso de éxito de los efectos de la apertura comercial. Nuestras empresas han sabido reaccionar al acelerado proceso de liberalización que han vivido, adaptándose y compitiendo eficazmente en un mercado global que les ha exigido mucho, pero que también les ha ofrecido grandes oportunidades de negocio y de crecimiento para convertirse, un buen número de ellas, en líderes mundiales en diversos sectores. Por ello necesitan que los intercambios de bienes, servicios y capitales fluyan con mayor libertad.

Las dificultades de avanzar a nivel multilateral abren una vía por la que grupos de países con intereses similares ponen en marcha iniciativas de carácter plurilateral en la idea de que, si no todos los miembros de la OMC desean avanzar, algunos pueden iniciar un camino. Esa fórmula, que debe respetar el principio básico de no discriminación, se consolida con una serie de declaraciones ministeriales en Buenos Aires en materia de apoyo de la regulación doméstica en servicios, comercio electrónico, facilitación de inversiones, integración de las mujeres o adaptación del sistema multilateral a las necesidades de las pymes.

Está aún por ver si esta vía puede reactivar una actividad negociadora imprescindible para poner al día los acuerdos y seguir construyendo un sistema multilateral más eficaz. Entretanto las partes deberán seguir negociando y buscando espacios de compromiso que exigirán concesiones de todas las partes.

La Organización Mundial de Comercio es un bien público que debemos preservar y proteger. No es perfecta, pero es lo mejor que tenemos. Con altura de miras, el compromiso de sus miembros, especialmente de los más importantes, y mayor esfuerzo en transparencia podrá mejorar su funcionamiento y continuar ejerciendo el relevante papel que le corresponde como foro de liberalización y de gestación de acuerdos que mejoren el sistema de comercio multilateral.

Una OMC dinámica y preeminente en la gobernanza del comercio mundial que garantice un entorno favorable y seguro en que todos los participantes de sientan reconocidos y del que salgan beneficiados.

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