Firmas

Una solución al problema de la reventa

Imagen: Getty.

Nadie (o casi nadie) que haya intentado acudir a un concierto de una estrella de masas en España en los últimos años podrá olvidar fácilmente las dificultades para conseguir una entrada. Buenos ejemplos son el último show de Lady Gaga o los diferentes episodios vividos en las giras de Bruce Springsteen, The Rolling Stones o AC-DC en España.

Pocas horas, a veces minutos, después de su puesta a la venta, las entidades distribuidoras cuelgan el cartel de "no hay entradas", señalizando el final de la historia para muchos fans que no están dispuestos a "pasar por el aro" del mercado secundario. Pero antes de que esto suceda, a veces incluso antes de que el concierto sea anunciado, como ha sucedido recientemente en la gira de Joaquín Sabina, un mercado paralelo se desata con actividad frenética en las webs de reventa.

Dichas webs -incluidas alguna propiedad de la propia entidad distribuidora- ponen a la venta entradas del mismo espectáculo a precios dos, cinco, y hasta diez veces superiores a su valor. Un precio artificialmente bajo de las entradas en el mercado primario en relación a la demanda, está generando incentivos al arbitraje -compra a bajo precio y reventa a mayor precio sin (o con poco) riesgo-. Si finalmente el espectáculo completa el aforo, habrá sido precisamente el mercado de reventa el que habrá permitido alcanzar una solución de eficiencia al cálculo erróneo del precio que debería haber "vaciado" el mercado primario. Pero este sistema no es deseable desde una perspectiva de la promoción de nuevos talentos y de la recaudación fiscal.

La atomización de la oferta de entradas en manos de pequeños agentes especuladores en el mercado secundario eleva exponencialmente el riesgo de que se produzcan fallos de coordinación entre tenedores de y compradores. Si los costes de negociación son altos, o si existen problemas de información asimétrica -fruto, por ejemplo, de la convivencia de entradas verdaderas y falsas en el mercado de reventa- podemos encontrarnos con que una proporción de las entradas adquiridas para la reventa no acaba en manos de potenciales compradores.

Esto provocará que, paradójicamente, el exceso de demanda no produzca una optimización de capacidad cuando había un cartel de sold out). Además, en un contexto en el que la escasez de rentas ha provocado que las productoras musicales sigan una estrategia mucho más conservadora en la promoción de nuevo talento, desviar fondos de la industria a agentes meramente especuladores no hace sino agravar el problema. Por otra parte, desde el punto de vista de la Hacienda Pública, el arbitraje privado entre particulares posibilita la generación de rentas espurias que escapan de la tributación. Las entradas vendidas en el mercado secundario no habrán tributado IVA más que por su valor facial, y no por su valor real.

Cabe preguntarse, entonces, por qué el precio de salida es artificialmente bajo. En la venta de entradas de espectáculos coexisten principalmente dos modelos de fijación de precios. En el primero, es el propio artista quién establece el precio de venta de las entradas. En el segundo, un empresario contrata al artista -abonándole su respectivo caché- e internaliza todo el riesgo fijando el precio de la entrada. Después, la entidad distribuidora añade los costes de distribución al precio final, disponiendo en la práctica de exclusividad en la venta y promoción del mismo.

Tanto el artista como la promotora pueden tener incentivos a fijar un precio bajo, que no permita satisfacer toda la demanda. Por ejemplo, movilizar al público joven, más activo y con menor poder adquisitivo, para dar más color al espectáculo, o mantener una imagen amable frente a los fans que asegure la venta de productos complementarios (merchandising, discos, o canciones en Spotify). Desviar entradas a canales opacos, aliviando así la carga fiscal, y permitiendo una mayor discriminación de precios, serían otras motivaciones más oscuras que podrían explicar dicho comportamiento.

Un modelo alternativo, que evite la evasión fiscal, asegure una distribución eficiente de las entradas en un mercado sin competencia perfecta, y dirija las rentas hacia la industria, favoreciendo la aparición de nuevo talento, podría requerir de una intervención reguladora. En ese sentido, creemos que limitarse a prohibir la reventa, tal y como se ha propuesto recientemente, podría ser insuficiente si no se resuelve el problema de fondo.

Un posible diseño de intervención reguladora eficaz forzaría a los artistas a establecer un modelo de subasta "de sobre cerrado" para comercializar sus entradas. En este formato de subasta cada usuario establece su puja a ciegas del resto de pujadores. Las entradas se van asignando a las pujas más altas, pero el precio final al que se venden todas las entradas es el de la última puja, que coincide con la última localidad disponible, permitiendo así que el excedente se reparta entre productores y consumidores.

¿Qué sucede si dos o más usuarios colapsan la puja de la última entrada? El sistema asignará aleatoriamente dicha entrada. Este mecanismo permitirá por sí sólo asegurar que las entradas se distribuyan de manera eficiente, y reducirá a la mínima expresión el mercado de la reventa, que se limitará a aquellos que por imprevistos no puedan acudir al concierto vendiendo sus entradas a un precio similar, puede que inferior, al que las adquirieron.

Alternativamente, para evitar el arbitraje, se podría obligar a las entradas a ser nominativas, como los billetes de avión, complementando el producto con un seguro de cancelación que permitiese recuperar el importe en caso de imprevisto.

Ambos sistemas serían más eficaces que una simple prohibición del mercado de reventa, atajando la raíz del problema al eliminar los incentivos a establecer un mercado ilegal de compraventa.

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