
No sabía como titular este comentario. Ni tampoco si tenía que escribir alguna cosa sobre lo sucedido el jueves en Barcelona. En mi ciudad. Donde he nacido y ha transcurrido la mayor parte de mi vida. Pero algo tenía que decir.Tenía todo el derecho a hacerlo. Aunque mis frases fueran estériles y no sirvieran de nada.
¿Sorpresa?. Uno siempre piensa que nada le va a ocurrir. Que solamente los hechos reprobables y deleznables, suceden en otras partes. Así con las ciudades. Bruselas, Munich, Berlin, Londres. ¿Pero Barcelona? ¿Porqué Barcelona?. ¿Y porqué, no?. En realidad sabíamos que éramos vulnerables. Tan vulnerables como cualquiera de las demás ciudades golpeadas por el terrorismo. Mi ingenuidad me había llevado a considerar que a lo mejor estaríamos a salvo. Que habíamos superado la etapa más negra del yihadismo y que ahora nos encaminábamos hacía un etapa de mayor tranquilidad y sosiego.
Pero me equivoqué. Con toda seguridad me traicionó mi optimismo. La esperanza que nos hace vivir siempre en la creencia que los males los vamos a superar y los momentos difíciles van a desaparecer, sin dejar demasiada huella en nosotros. Es precisamente este espíritu el que nos hace mirar hacia adelante, pese a las contrariedades que se alzan en nuestro camino.
Pero está claro que el terror no nos va a cambiar. No nos va a convertir en seres más débiles y quebradizos. Al contrario. Con toda seguridad va a afianzar nuestro sistema de valores. Paz, libertad, democracia. Valores por los que los europeos han luchado a través de muchas generaciones. Valores que se han de preservar, porque forman parte esencial de nuestra civilización.
Sí, seguiré paseando por Barcelona con tranquilidad y sin miedo, tal como este viernes clamaban muchos en la Plaza de Catalunya. Porque Barcelona es nuestra. Y mía. Porque hacer otra cosa sería renunciar a algo que forma parte de la propia existencia, renunciar a algo que es,- como digo nuestro-, para dárselo a otros.
Y esto no lo haremos nunca.