
Apenas una limosna, un halo de atención entregaron ayer los medios al entierro de Juan Goytisolo, manzana de oro de nuestra literatura. Se fue para siempre el domingo, sepultado bajo el petardeo de la celebración futbolera que resonaba desde el Bernabéu. El autor de 'Campos de Níjar' descansa en su Makbara: el cementerio civil de Larache será su Jardín de las Hespérides.
Ocupados en los restos de la Champions y los horrores del día, poco espacio quedaba en los telediarios para este sabio global y cervantino. Goytisolo comparaba la Transición española con la Primavera Árabe. De ésta decía que fue demasiado rápida como para no estrellarse. Le ilusionó cuando surgió. Sin embargo, adivinó que la democracia se puede destruir por decreto pero que nunca se construye por decreto.
La pérdida de este pensador casi no ocupa lugar en TV, no inspira tantas crónicas como el opio del fútbol. Precisamente un periodista deportivo decía que la realidad es la escoria de la ilusión. Goytisolo afirmaba que la cultura solo se entiende como espectáculo y no como reflexión. Excelente médico de la actualidad, sus diagnósticos recordaban el peligro de las religiones que se sienten atacadas. También dudaba del fundamentalismo de la tecnociencia.
De España decía que los independentistas están vendiendo humo, pero que el Gobierno no está vendiendo nada. Su clarividencia le permitía pintar la realidad sin filtros, con la perspectiva que le daba mirarla desde abajo, desde el tranquilo bullicio de su plaza de Xemáa-el-Fná de Marrakech, donde se puede elegir entre observar a los hombres que exhiben sus desgracias o a los monos amaestrados que nos distraen.