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La democracia norteamericana, desafiada

D onald Trump es el primer presidente desde Richard Nixon en despedir al funcionario que encabezaba una investigación vinculada a la Casa Blanca. Son casos distintos, con paralelismos en cuanto al descrédito de las instituciones.

Hasta podría resultar peor que un Watergate II. Nixon mandó espiar a los demócratas con ciudadanos estadounidenses. En este caso se cuestiona si Trump mandó - o permitió - espiar a una potencia extranjera.

Trump ha destituido al jefe del FBI, James Comey, cuando dirigía indagaciones sobre los intentos rusos de influir en la campaña perjudicando a Hillary Clinton. Cuando los días previos a la elección Comey mostró su determinación de retomar la investigación a la candidata demócrata por uso indebido de su correo electrónico, Trump había elogiado al funcionario. Una corta luna de miel, que se fue disolviendo conforme tomaron fuerza las pesquisas para establecer el grado de implicación del Gobierno ruso. Para echar a Comey ?con efecto inmediato?, Trump recurrió al fiscal general Jeff Sessions y a su adjunto Rod Rosenstein para que recomendaran su destitución y el despido quedara así menos personal. El Washington Post, diario que destapó el Watergate, dijo que Rosentein se resistió, pero no renunció. Sessions está más complicado: es otro de los acusados de contactos con Rusia. El New York Times aseguró que Comey solicitó un notable aumento de los fondos para el examen de la supuesta interferencia en las elecciones presidenciales por parte de Rusia días antes de ser despedido. El Departamento de Justicia negó ?rotundamente? que Comey pidiese más recursos.

Trump alega desear un nuevo comienzo para el FBI. Justifica el despido de Comey con su proceder en el caso de los correos de Clinton. Nadie lo cree. Ni siquiera entre los Republicanos. Esta decisión significará un nuevo golpe para la ya desprestigiada clase política. Trump afirmó asimismo que Comey había perdido la confianza de sus subordinados. Estas acusaciones fueron desmentidas por el director del FBI en funciones, Andrew McCabe, durante una audiencia ante el Comité de Inteligencia del Senado. McCabe también indicó que ?hasta el momento? la Casa Blanca no ha mostrado intención para interrumpir las averiguaciones del FBI, que siguen adelante.

Lo ocurrido incrementa la impopularidad de Trump. Se pide su destitución. Es un proceso técnicamente posible. Si Trump despidió a Comey para impedir nuevas investigaciones en su contra, estamos ante encubrimiento y arbitrariedad. Además, las acusaciones de que Moscú favoreció a Trump en las pasadas elecciones implican traición. Esto choca con el concepto de profundo patriotismo con el que se identifican muchos republicanos.

Sin embargo, el proceso es improbable no solo por ser difícil de probar, sino debido a la falta de apoyo político por parte de su partido y su Ejecutivo. En efecto, los indicios no bastan. Y en el Congreso se requiere una mayoría de dos tercios. Si bien divididos los republicanos dominan tanto el Senado como la Cámara de representantes. Sobre todo, el vicepresidente, Mike Pence, con el gabinete tendrían que aprobar el procedimiento. No obstante, Pence ha respaldado públicamente la decisión al afirmar que ?tomó la decisión adecuada en el momento justo?.

El mandatario puede despedir al jefe del FBI pero será contraproducente. Esta injerencia en el actual contexto aumenta las sospechas en vez de reducirlas. Crece el interés por esclarecer la presunta ?conexión rusa?. La oposición demócrata insiste en reclamar que se designe un fiscal especial para encabezar la investigación sobre posible nexos de Trump con Rusia. El verdadero inconveniente de Trump es su propio partido. Esta polémica pone a prueba la lealtad republicana hacia el magnate. Abandonarle abiertamente equivale todavía a cometer suicidio político, pero la división está ahí.

Que Trump recibiera un día después del despido al ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, puede ser una coincidencia o una malévola ironía. En cualquier caso, la ancha sonrisa del canciller durante la reunión era elocuente. Estamos ante el grotesco abuso de poder de un Trump cada día más autoritario. La separación de poderes y la esencia misma de la democracia norteamericana se encuentra ante un reto mayúsculo.

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