
Habitualmente, cuando los expertos debaten sobre el sistema sanitario, el foco de atención se sitúa: en el análisis del gasto sanitario en sus distintas facetas (público, privado, agregado, por partidas, per cápita, como porcentaje del PIB...); en el análisis de los recursos empleados por el sistema (número de camas, número de hospitales, número de médicos, urgencias atendidas?); en el análisis de los resultados obtenidos de procesos asistenciales (altas, estancia media, reingresos, espera media?), o en un análisis agregado de resultados sanitarios no demasiado fino (esperanza de vida, mortalidad infantil, tasa de mortalidad por patologías, etc.).
La práctica totalidad de los artículos y estadísticas que se publican sobre los sistemas sanitarios se encuadran en alguna de las categorías anteriores.
No vamos a negar la pertinencia de realizar este tipo de análisis, pero debemos ser conscientes de su alcance real, ya que con ellos estamos poniendo la lupa en una parte de las ecuaciones que definen el grado de eficiencia de la prestación sanitaria (la parte de los recursos empleados en ella, tanto físicos como económicos) pero estamos haciendo muy poco énfasis en la otra parte de las ecuaciones (los resultados de salud obtenidos con dichos recursos). Esta carencia hace que estos análisis no resulten óptimos para analizar si el empleo en la prestación sanitaria de unos recursos siempre escasos ha sido adecuado o no, o si la eficiencia en el uso de los recursos ha mejorado o ha empeorado con las decisiones tomadas en materia de política sanitaria.
El análisis no será completo (y, en consecuencia, no será realmente útil) mientras no midamos con más precisión cuáles son los beneficios concretos que experimentan los pacientes en su salud como consecuencia de las inversiones realizadas por el sistema sanitario. No sirve de mucho en la toma de decisiones estudiar la evolución de variables agregadas brutas como la esperanza de vida o la mortalidad infantil de todo un país sin que seamos capaces de conocer cuáles son las causas reales de dichos resultados. Para poder dar respuesta a esta pregunta ("¿a qué se deben estos resultados?") necesitamos adoptar una perspectiva más 'micro' del análisis; una visión más enfocada al abordaje de patologías concretas y más centrada en los pacientes, o en grupos de pacientes.
Y además debemos analizar estos resultados en salud no sólo a corto plazo, sino también a medio y largo plazo, ya que es en plazos más largos cuando se manifiestan la gran mayoría de beneficios clínicos en el tratamiento de un gran número de patologías.
Y, si me apuran, el análisis debe hacerse no solo desde una perspectiva estrictamente sanitaria, sino también desde una social más amplia, ¿o es que alguien puede dudar de que una intervención sanitaria que haga más improbable que un paciente evolucione a una situación de dependencia severa no es un resultado en salud que considerar?
Es cierto que hasta hace poco tiempo no disponíamos del aparataje técnico y de las herramientas precisas que permitieran llevar a cabo este tipo de mediciones más finas, pero esta carencia (que, debemos reconocerlo, era absolutamente incapacitante) ya hace tiempo que ha sido sobrepasada por las nuevas tecnologías de la información y por el aumento de la capacidad de procesamiento y análisis de datos. Ahora ya es posible almacenar, procesar y analizar sin grandes problemas técnicos y con todas las garantías de confidencialidad y protección de datos personales la ingente cantidad de datos socio-sanitarios individuales que un sistema de salud puede generar.
Ya no hay motivos (al menos teóricos) para no analizar con datos procedentes de la práctica clínica si los resultados de salud obtenidos a partir de una determinada intervención sanitaria la hacen o no aconsejable, si constituye o no la mejor alternativa posible o si su adopción resulta o no en un buen uso de los recursos públicos.
Pero nuestro sistema sanitario, y también los del resto de países, necesita cambiar el foco de atención. Realmente, más que cambiar el foco, necesita abrir otra ventana de observación y análisis. Hay que permanecer vigilantes por el lado del gasto (debemos poder pagar los servicios sanitarios que se presten), pero a la vez hay que empezar a medir los resultados en salud que obtenemos en la práctica (que obtienen realmente los pacientes) y compararlos con los recursos que invertimos para ello.
Solo midiendo y analizando datos relevantes en ambas direcciones seremos capaces de justificar con resultados robustos cuánto valor aportan realmente los servicios sanitarios que se prestan a la población y defender así la necesidad de seguir invirtiendo en sanidad, incluso en tiempos de austeridad presupuestaria como los que hemos vivido y que indudablemente seguiremos viviendo.