
Mucho se ha venido especulando sobre el efecto que podría tener en nuestra economía el actual contexto político. La opinión generalizada es que este impasse en la formación de Gobierno, la irrupción de dos nuevos partidos emergentes quebrando el bipartidismo, el desafío soberanista catalán, así como los recelos que provoca Podemos, podría dañar nuestro crecimiento económico. No estamos pensando en términos de recesión, sino de una desaceleración del ritmo de crecimiento. Sin embargo las estadísticas parecen no dar la razón a esta visión. A través del Instituto Nacional de Estadística conocimos la previsión de crecimiento del PIB, que creció un 0,8% entre enero y marzo respecto al trimestre anterior, el mismo avance que en los dos trimestres precedentes. El hecho de que la economía haya avanzado al mismo ritmo que los dos trimestres previos, incluso la buena valoración relativa que se podría hacer de la EPA, ha dado lugar a una cierta sorna sobre la bondad de estar sin actividad política, más allá de las estériles y cansinos debates televisivos.
Pero aún cuando parece que no es necesario la labor de los políticos, el país no puede permanecer por mucho más tiempo con un Gobierno en funciones. Cierto que crecemos, pero nuestro país tiene por delante retos muy importantes que acometer.
El primero de todos, y que parece haber caído últimamente en el olvido, es el órdago secesionista catalán. Los independentistas siguen moviéndose, taimadamente, pero moviéndose al fin y al cabo. Cierto es que actualmente tenemos como cortafuegos a la Unión Europea y sus máximos responsables, que en ningún momento van a caer en el error de darles pábulo, algo que no se puede decir de Podemos. En este tema se necesita con urgencia no solo un Gobierno, sino todo un frente común de los partidos constitucionalistas. Atención en este sentido al referéndum en Reino Unido sobre la pertenencia o no a la Unión Europea.
Pero tenemos múltiples frentes económico, no solo un problema político. El primero es el del déficit público, un aspecto que ha encendido las alarmas en Bruselas. Nuestro país tiene un serio problema con los gastos y los ingresos públicos. Lo fácil es hacer el avestruz escondiendo la cabeza y pensar que con embridar a la comunidades autónomas es suficiente. La AIReF lo ha dicho muy claro, nuestro problema no son las comunidades, el auténtico agujero negro son las pensiones. Todos nuestros partidos pueden seguir sin decir que tenemos un problema en el mantenimiento de nuestro sistema de pensiones, concretamente la suficiencia del mismo, sin embargo no por negarlo se soluciona el problema. Se deben tomar medidas urgentes sobre este tema.
Además de las pensiones, España tiene que acometer una nueva reforma, si prefieren terminar la ya iniciada, en materia laboral. La EPA lo deja entrever clarísimamente: con actividad España crea empleo. Sin embargo los problemas están ahí. Nuestros jóvenes acceden al mercado laboral muy tarde. El empleo es precario y a tiempo parcial. El paro de larga duración se encuentra enquistado. Todas estas razones nos llevan a la necesidad de armarnos con un Gobierno que lleve a cabo las reformas necesarias. Una reforma labora que además debe hacerse con un campo de visión muy amplio, puesto que alguno de los problemas los encontramos en la educación y formación de los jóvenes. Un sistema educativo cuyo diseño parece dar la espalda al mercado laboral, lo que constituye un gravísimo error.
Pero si estos son algunos de los peligros estructurales a resolver, y para afrontarlos se necesita la implicación de los políticos, la actual situación está también impactando en el corto plazo. La incertidumbre política complica el escenario económico. El Banco de España, en su informe sobre estabilidad financiera, afirma que en la economía española, aún manteniendo la senda de crecimiento, los riesgos se han intensificado. Es difícil llevar la contraria a la opinión del servicio de estudios del Banco de España. Que hasta el momento, afortunadamente, el consumo no se haya retraído es toda una suerte, y para algunos incluso ha resultado sorpresivo. Desde luego donde sí que se nota el retraimiento es en la inversión, que suele utilizar como un indicador adelantado, o al menos nos puede señalar la senda futura. En este momento hay bastante proyectos que están varados hasta que se diluciden varias de las actuales interrogantes. Es más, como este mismo periódico recogía, varias son las empresas que han lanzado EREs, puesto que albergan dudas sobre la normativa futura en esta materia.
Lo peor es que siendo urgente el dotarnos de un Gobierno, el mismo debe ser lógico en materia económica y alejarnos de medidas que pueden conducir a un suicidio. Además se necesita la intención de llevar a cabo las reformas, algunas de las cuales pueden ser duras e impopulares, aunque totalmente necesarias, caso de las pensiones.
La incertidumbre política sí está presente, y aunque todavía no ha afectado al consumo, si lo ha hecho a las inversiones. Pero donde más se nota el impacto negativo es en la necesidad de gestionar las reformas que nos permitan solucionar fuertes desequilibrios. Incertidumbre políticas que, a pesar de todo, podemos gestionar o solucionar nosotros, puesto que el otro flanco débil es el cada vez más complicado escenario exterior, el cual de forma leve pero continua se va deteriorando.