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Las empresas que consigan desarrollar productos más limpios atraerán la inversión

El acuerdo universal sobre el cambio climático en París de 2015 es el indicativo de una fuerte voluntad política, dotada de un marco coherente con financiación pública. De hecho marcó un punto de inflexión en un esfuerzo de 20 años contra el calentamiento global desde el Protocolo de Kioto de 1997.

Por primera vez países desarrollados y en desarrollo se han comprometido a prevenir un incremento de la temperatura global a menos de 2 grados respecto a la era preindustrial, incluso limitado a 1,5, con informes de progreso y metas cada cinco años y financiación de 100.000 millones de dólares al año de los países ricos a países en desarrollo hasta 2020 -más en 2025-, para una emisión neta cero de gases de efecto invernadero en la segunda mitad del siglo.

El caso es que el camino previo hasta llegar a París ha sido tan significativo como el mismo acuerdo en acelerar la transición a una economía baja en carbono. Antes 180 naciones, responsables de 90 por ciento de las emisiones globales, ya habían presentado planes detallados para reducir emisiones de CO2. Hay que tener en cuenta que el desacoplamiento del crecimiento del PIB de la demanda de energía y de las emisiones comenzó en Europa hace diez años y ahora empieza a despegar en China.

Así que las fuentes de energía renovables, hidroeléctrica, eólica y solar, ya suman la mitad de las instalaciones de nueva capacidad en 2015 y pueden superar al carbón para convertirse en la mayor fuente de generación de energía hacia 2030. A ello contribuye que el coste de generación de la energía renovable ha disminuido en muchas áreas del mundo con las economías de escala, los avances tecnológicos y las mejores condiciones de financiación.

De manera que las inversiones relacionadas con el cambio climático ya no se limitan a ser éticas y se han convertido en un problema común para todos los inversores. Al respecto los fondos facilitan reducir tal riesgo y aprovechar las oportunidades con diversificación. Así, los inversores pueden reducir exposición a sectores intensivos en carbono como minas, sistemas no convencionales de extracción y generación de energía.

Algunos inversores incluso prefieren una visión más radical y excluir totalmente los combustibles fósiles. De manera que probablemente las industrias más afectadas sean las eléctricas. Pero las empresas que desarrollen productos y tecnologías más limpios y eficientes serán capaces de diferenciarse y atraer la inversión.

Es el caso de las que operan en energías alternativas. A ello se añade que, a medio y largo plazo un clima más volátil puede pesar en la industria de los seguros, con los inversores sensibles a la vulnerabilidad de su cartera a fenómenos meteorológicos extremos -una ola de calor, inundación o sequía-. De hecho en esta industria las pérdidas y daños relacionados con la meteorología se han multiplicado por cuatro desde 1980 hasta 200.000 millones al año.

Al mismo tiempo los inversores pueden encontrar potencial en inversiones relacionadas con infraestructuras resistentes al clima. Por su parte los inversores en renta fija pueden reducir exposición a países o regiones más dependientes de combustibles fósiles o invertir mediante "bonos verdes". Además esta transición hacia una economía baja en emisión de CO2 genera demanda de sistemas de medición de la huella de carbono en las carteras de inversiones. En concreto en Francia los inversores institucionales deben revelar la huella de carbono de sus carteras.

A ello se añade que las agencias de calificación crediticia están empezando a explorar los posibles impactos del cambio climático en el riesgo de la deuda soberana. La regulación, cada vez más estricta, ayudará a estandarizar estas métricas y que los resultados sean comparables en el tiempo y entre diferentes estrategias de inversión.

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