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Una Ucrania convertida en Estado tapón

Ucrania en el mapa. Imagen de Thinkstock.

Cuando hace un año comenzaron las hostilidades en Donestk no había un problema separatista en Ucrania. Ahora lo hay: los separatistas están inspirados y armados por Moscú y se están llevando el gato al agua, provocando un escenario que lleva dolor y sufrimiento a muchas gentes en medio de un duro invierno. Ya llevamos 6.000 muertos.

Pero no nos engañemos porque Rusia está ganando esta batalla, como en su día ganó la de Crimea. La razón es sencilla, el Kremlin está dispuesto a usar la fuerza y nosotros no.

Putin se ha embarcado en un cocktail político que combina ideología neozarista, fuertes dosis de religión ortodoxa y algo de eslavofilia antioccidental. Con esos ingredientes ha resucitado el concepto nacionalista y decimonónico de Novorrussía con la pretensión de proteger a las minorías de habla rusa en otros países y establecer una zona de influencia junto a sus fronteras. Es un juego muy peligroso que hace saltar por los aires los acuerdos del fin de la Segunda Guerra Mundial que no podemos aceptar.

Pero Moscú lo hace por debilidad, porque se siente amenazado y rodeado por la OTAN y por países hostiles. La suya es una estrategia defensiva y no se detendrá por más sanciones que se le impongan. Cuando el presidente Yanúkovich, corrupto pero elegido democráticamente, fue derribado por las turbas vociferantes del Maidan partidarias de una integración en Europa, todas las alarmas se encendieron de golpe en Moscú, que olvidó sus compromisos de respetar la integridad del país a cambio de su desnuclearización (acuerdos de Budapest en 1994) y avanzó sus peones anexionando Crimea (base naval de Sebastopol) y desestabilizando luego el este de Ucrania, con un movimiento separatista que antes no existía, que está armado por Rusia y cuyo objetivo último no es tanto la anexión como evitar una Ucrania integrada en Europa (UE y OTAN).

En la reciente Conferencia sobre Seguridad de Munich el tema de Ucrania ha predominado. Todos han señalado a Rusia como culpable pero ahí han acabado los acuerdos y han aflorado los desacuerdos sobre las sanciones (Grecia se opone a ampliarlas) y sobre si armar o no a Ucrania.

A mi juicio ese debate es cortoplacista y equivocado porque por muchas armas que les diéramos, los rusos siempre podrían poner más sobre el terreno con riesgo de extender el conflicto. No hay manera de que Ucrania pueda vencer a Rusia en el campo de batalla como han mostrado los combates de estos días en Debáltsevo, en plena tregua, y por eso yo no soy partidario de hacerlo. Se puede argüir que armar a los ucranianos tendría al menos el efecto de elevar el coste para Moscú de interferir en Ucrania.

Pero eso tampoco le detendrá. El acuerdo logrado en Minsk por Hollande-Merkel es muy meritorio (marca un nuevo perfil político de Alemania) y ha logrado un alto el fuego precario, que no es poco, y que en mi opinión no traerá la paz sino otro conflicto congelado al estilo de los existentes en Transnistria, Osetia o Abjacia, como trasluce la reciente petición de Poroshenko de cascos azules de la ONU para vigilar la línea de alto el fuego. EEUU ha adoptado hasta ahora un perfil bajo y la Unión Europea como tal está nuevamente desaparecida. En todo caso, el alto el fuego durará lo que los rusos quieran que dure y ni un minuto más.

Rusia nunca aceptará una Ucrania integrada en Europa porque considera que es un riesgo inasumible para su seguridad. Por eso creo que la solución, quizás pudiera venir de una neutralización como las que se impusieron a Austria o Finlandia tras la Segunda Guerra Mundial, y no les ha ido nada mal. Claro que no estamos en 1945 y Ucrania debería aceptarla a cambio de recuperar su integridad territorial, de su renuncia a la UE y a la OTAN y de ayuda financiera internacional.

Una Ucrania convertida en un estado tapón no sería una amenaza para Rusia y podría vincularse con Occidente con acuerdos económicos y comerciales. A fin de cuentas a todos nos interesa un cortafuegos en el centro del continente, al menos hasta que Rusia aprenda modales. Esto implica continuar rechazando la anexión de Crimea aunque con la conciencia de que no tiene vuelta atrás porque toca una fibra patriótica que va hasta Catalina II y Potemkin. Se dirá que esto es ceder ante el chantaje ruso, y es verdad, pero la alternativa es la continuidad de un conflicto amordazado y volátil en el corazón de Europa. Putin tiene una envidiable popularidad del 85 por ciento, aunque eso puede cambiar bajo el impacto combinado de las sanciones y del abaratamiento del petróleo. Pero no es probable su caída. Los rusos son sufridos, gustan de líderes fuertes y Putin les devuelve el orgullo de la vieja URSS, que muchos añoran aún. No hay que hacerse ilusiones.

Jorge Dezcallar, embajador de España.

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