Los altos ejecutivos nos tienen dicho que sus generosas retribuciones están basadas en "el valor" que su trabajo aporta a sus empresas. Si ese valor ha de medirse en función de la productividad, ésta igualaría en muchos casos a la de Dios, que creó el universo en tan solo seis días.
En fin, esta fábula de la productividad de los ejecutivos españoles se vino a tierra una vez más la semana pasada, cuando la CNMV publicó el primer Informe Anual de Remuneraciones de la Sociedades Cotizadas. Allí se lee: "En general, los consejeros ejecutivos de las compañías con mayor capitalización bursátil tienen remuneraciones más elevadas y no se percibe una conexión directa entre los resultados de las compañías y el nivel de retribución de los consejeros ejecutivos".
"No se percibe una conexión directa", vamos, que entre esas remuneraciones y la buena o mala marcha de la empresa no existe correlación alguna. La remuneración media en 2013 de estos ejecutivos fue de 2,8 millones anuales, aunque los sueldazos más grandes llegan hasta cerca de los 20 millones. Sueldos que nada tienen que ver con los resultados de esas empresas.
El problema no se deriva sólo de una escandalosa diferencia entre esos sueldos y el de los demás mortales. El problema de base está en que esos ejecutivos suplantan a sus desprotegidos accionistas. Las acciones de muchas de esas empresas están en manos de los gestores de fondos que no quieren saber nada de la gestión de sus empresas. ¿Por qué? Para poder volar en bolsa sin ataduras, es decir, con total libertad. Estamos, pues, ante un caso de intrusismo de un grupo cerrado, que se está quedando con el santo y la limosna.
¿Cómo se llega a ser ejecutivo? No es preciso hacer una tesis doctoral para saber que el método más utilizado es la cooptación, es decir, el nepotismo. Un sistema de promoción ineficiente y perverso. Esos sueldos deberían, al menos, considerarse como beneficios empresariales (y cotizar como tales) y no como costes.
Joaquín Leguina, estadístico.