El economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, ha celebrado el "círculo virtuoso" en el que ha entrado España. Se basa en el crecimiento del PIB previsto para el 2015 (el 2%), la moderación salarial, la deflación y el aumento del consumo y la inversión.
Como contrapartida a tan excelentes datos, Blanchard señala que el paro no bajará del 20% en los próximos diez años. Solamente una sombra perturba el edénico futuro español, el avance del populismo.
Por lo que he podido deducir, la expresión "círculo virtuoso" puede predicarse de toda aquella situación económica, personal, educativa o sanitaria que conlleva la plenitud de la autosatisfacción como consecuencia de la calidad de vida que se comparte con los demás.
Ello conlleva la práctica de determinadas acciones y comportamiento personales y sociales adecuadas para reproducir permanentemente tal equilibrio satisfactorio de relaciones.
Lo que ocurre es que esta Arcadia feliz, a la que se llega a través de determinadas políticas económicas y sociales, tiene un contrapunto llamado paro, exclusión social, baja calidad de vida o crecientes diferencias territoriales y económico-sociales. Tal afirmación está basada en los datos de la realidad más inmediata y naturalmente son consecuencia del modelo tan virtuoso.
Pero ante esta evidencia Blanchard recurre a la introducción de un agente externo, fuera de este pequeño mundo de virtudes, el populismo, el cual es el sinónimo de todas las maldades, errores y peligros. Quienes así piensan no han reparado en buscar las causas de ese peligro, ni tampoco se preguntan si estos círculos virtuosos no están en el origen de los llamados populismos. Siempre se mata al mensajero.
Yo, que me siento profundamente populista a la vista de la situación, he llegado a la conclusión de que a lo que denomina populismo no es otra cosa que el estricto cumplimiento de los Derechos Humanos en su versión económica y social.
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