
La triaca magna consistió, hasta la mitad del siglo XX, en una pócima compuesta de diversos ingredientes curativos que se solía recetar en casos de pérdida de confianza en los medicamentos científicamente homologados. Otra de sus virtudes era el efecto placebo sobre el sufriente.
En 1992, el ministro de Economía Carlos Solchaga pontificó en el Congreso acerca de las virtudes del mercado como supremo corrector de las diferencias sociales y territoriales. Desde entonces esta triaca magna constituye la receta de los economistas oficiales y, por supuesto, de los Gobiernos del bipartito. A estas alturas del 2015 ya sabemos los resultados de esta receta milagrosa.
El mercado es algo fáctico muy anterior al sistema capitalista o al liberalismo económico. Lo que ocurre es que en la versión neoliberal las leyes de la oferta y la demanda son las que deciden lo que debe producirse, cómo, quién y para qué.
El mercado satisface únicamente aquellas necesidades que pueden expresarse en términos monetarios porque alguien paga por ellas. En consecuencia, se tiende a producir más artículos de lujo y superfluos que de primera necesidad. Produce sólo lo que genera beneficio privado sin tener en cuenta el beneficio social.
Desconoce los efectos negativos que sobre el medio ambiente inciden los abusos del crecimiento económico desaforado. La lógica del mercado neoliberal transforma las necesidades de alimentación, agua o energía en productos sometidos a las prioridades del beneficio económico privado. Su exacerbada sed de beneficio no para en mientes sobre el origen del mismo: prostitución, narcotráfico, etc.
El inversor no pregunta. Sólo se limita a exigir rentabilidad a los ejecutivos que manejan sus fondos. El mercado neoliberal reniega del intervencionismo público pero se somete a la intervención de grandes corporaciones y trust financieros. A estas alturas y visto lo visto se impone el cambio de medicina.