
Los brutales atentados terroristas del pasado día 7 en París, que costaron la vida a buena parte de la redacción del periódico satírico Charlie Hebdo y arrojaron un saldo de 17 muertos, más los tres delincuentes abatidos por la policía, han agravado como es natural los brotes de islamofobia que ya habían prendido en la sociedad europea, donde como es conocido diversos partidos radicales y xenófobos vienen lanzando mensajes populistas contra la inmigración.
De hecho, como reacción a los hechos dramáticos, que han generado una respuesta sin precedentes, ha habido numerosas declaraciones bien expresivas en este sentido: Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, ha insistido en vincular el radicalismo integrista a la inmigración; el británico Nigel Farage, líder de UKIP, ha manifestado que los atentados son obra de una quinta columna en Europa; el movimiento antiislámico alemán Pagida (ya han surgido sucursales en varios países, entre ellos España), apoyado por el partido racista Alternativa para Alemania (AfD), dice que los atentados han confirmado sus tesis y ha anunciado que proseguirá con sus manifestaciones en Dresde y otras ciudades; el holandés Geert Wilders, que propone poner fin a la inmigración musulmana, ha declarado que "Occidente está en guerra y debe desislamizarse"... Y además de estas expansiones declarativas, en Francia ha habido ya algunos conatos de agresión a musulmanes, que viven lógicamente atemorizados.
Es claro que identificar el islamismo con el terrorismo constituye una gran injusticia, pero resulta inocultable una cruda realidad estadística: según el índice de terrorismo global del australiano Instituto de Economía y Paz, el 66% de las muertes por terrorismo en el mundo en 2013 fue obra de radicales islámicos (Al Qaeda, Estado Islámico, talibanes afganos, Boko Haram en África...). Con todo, como han destacado analistas de diversas procedencias, la comunidad musulmana no sólo es heterogénea sino que desde hace décadas se encuentra en situación de compleja y cruenta guerra civil: en Argelia, los enfrentamientos de los años noventa causaron más de 200.000 muertos, un saldo parecido al de la guerra civil de Irak después de la invasión de 2003. Y la confrontación entre suníes y chiíes ha ocasionado grandes matanzas, antes y después de la encarnizada guerra Irán-Irak (1980-1988).
En otras palabras, los islamistas moderados han sido las principales víctimas de los islamistas radicales. Sea como sea, los musulmanes ya forman parte de nuestra rica diversidad y esta realidad no puede cuestionarse, aunque haya de conjugarse con otras: en toda Europa son unos 44 millones, aproximadamente el 6% de la población total.
En Francia, el país con mayor presencia relativa de musulmanes, representan unos 4,8 millones, el 7,5%. En España, casi 1,8 millones, el 3,7%. Y la cuestión que debe interesarnos es el grado de integración de estas minorías en el conjunto de las sociedades estatales.
En nuestro país, la convivencia no es en líneas generales conflictiva, pero para evitar roces presentes y futuros es preciso dejar sentados algunos criterios: el principal es que el común denominador de una democracia abierta es la laicidad de lo público, que evita la confrontación entre credos y garantiza a todos la máxima equidad. Sobre esta base, funciona el estado de derecho, basado a su vez en el imperio de la ley: mayorías y minorías deben fundirse en el acatamiento de las normas comunes, de que nos hemos dotado voluntaria y democráticamente. Y quien pretenda eludir esta pauta debe ser aislado o invitado a marcharse a su país de origen.
Como ha hecho, por ejemplo, el alcalde de Rotterdam, Ahmed Abutaleb, llamado el Obama holandés, un inmigrante que llegó a los Países Bajos a los 14 años y que hoy, perfectamente integrado, invita a que se vayan a los musulmanes que rechazan la libertad y simpatizan con los islamistas radicales.
La integración de las minorías musulmanas plantea retos semejantes a los de cualesquiera otros colectivos que se incorporan por razones socioeconómicas o de otra índole al país de acogida. La inadaptación material facilita la captación de sus víctimas por agentes de reclutamiento que introducen a los jóvenes musulmanes en grupos sectarios que predican y practican la violencia. De ahí que nuestros países hayan de prestar singular atención a estas minorías, que aportan savia nueva al país pero que tienen que tienen que ser amorosamente injertadas para que fructifiquen debidamente. De donde se desprende que los mensajes xenófobos y la marginalización de los diferentes no sólo no aportan seguridad sino que pueden contribuir a engendrar monstruos, como los que han atentado estos días en la vieja Europa.
Antonio Papell, periodista.