
Existen posturas enfrentadas sobre la Política Industrial. Desde "el Estado debe ser el motor industrial" hasta "la mejor política industrial es la que no existe", frase acuñada en los ochenta. El Estado, bajo esta visión, no debe entorpecer las decisiones de los agentes; es la mágica mano invisible. Llevada al extremo, las burbujas especulativas no deberían preocupar porque estallarán naturalmente. Claro que con tal liberalismo, sostenido con inmensos flujos crediticios (ver sector residencial), se encubrieron irresponsables políticas de financiación, perjudicando a sectores de mayor valor añadido.
Aunque los mecanismos de precios y libre competencia fueran manifiestamente insuficientes para la correcta asignación de los recursos, analizando los determinantes fundamentales. En 1975-1995 la reconversión industrial, bajo el paradigma del saneamiento, hizo prácticamente desaparecer de nuestra estructura grandes empresas y subsectores como construcción naval o siderurgia, en lugar de hacerles competitivos y tecnológicamente avanzados, como en varios países durante los setenta. Fue como si para acabar con los incendios se decide sanear quemando los bosques.
Como consecuencia, el peso de la industria disminuyó ininterrumpidamente. Esto se produjo en ciertos países desarrollados, pero en España fue desproporcionado; originó una divergencia creciente respecto al patrón medio que se prolonga hasta hoy: no solo es la rama que más tardíamente se está incorporando a la recuperación del empleo, sino que sigue siendo de las menos dinámica del PIB (ver Contabilidad Nacional Tercer Trimestre y Boletín de diciembre del Banco de España). Pasó del 42 por ciento sobre el PIB en 1970 al 15,9 por ciento actual, siendo el sector que más sufre las restricciones crediticias tras la construcción, que llegó a representar 8 puntos porcentuales más en el PIB que la media europea. Junto al turismo, tomaron el relevo, y aquella Agenda de Industrialización de mediados de 2014 ha caído, extrañamente, en el olvido. Con sectores tan coyunturales una economía no puede autosostenerse indefinidamente.
Esta situación es, sin embargo, un reto posible de corregir. Así, entre la mitad de los cincuenta y primeros de los setenta, la política industrial impulsó al sector como motor del despegue de entonces. Con despilfarros y partiendo de bajos niveles, pero compensados con crecimientos acumulativos anuales del 7,5 por ciento y mínimas tasas de paro. Luego, por otras prioridades, la política industrial devendría en fuente de rentas para subsectores en crisis, cuyo mantenimiento daba réditos electorales, o ajustar plantillas (entre otros, minería). En lugar de renovar activos -como en varios países europeos - y/o potenciar sectores como las TIC o la biotecnología. Esta última, ensalzada por excelentes científicos, es desdeñada por quienes, fieles a la idea de que los mercados de capitales realizan las asignaciones más eficientes, la califican como "no rentable" sin apenas conocerla.
¿Qué se puede hacer? Existe un condicionante decisivo: la financiación. En países como Alemania y Japón los bancos vienen asumiendo la defensa de su industria mediante el mantenimiento de sus carteras. Las entidades bancarias, que entre 2009-12 recibieron 108.000 millones de ayudas según el Tribunal de Cuentas (cantidad muy superior según la CNMC, al incluir partidas que, sin suponer pérdidas para el Estado, son ayudas públicas), se han orientado desde décadas hacia el rendimiento de la inversión financiera y no de la productiva. Es la principal dificultad para canalizar recursos. Según el Banco de España, la participación de las actividades productivas en el crédito total ha pasado del 73 por ciento en 1985 al 55 por ciento en 1995 y al 48 por ciento en septiembre de 2014. El destinado a familias para consumo e hipotecas ya se recupera. Si descendemos al detalle durante los años de crisis, mientras entre 2008 y 2014 el crédito a la industria ha descendido un 30,4 por ciento, el destinado a servicios de intermediación financiera (exceptuando entidades de crédito) ha aumentado un 102,5 por ciento, aproximándose al de industria en valores absolutos. ¿Cambiará pronto esta evolución? No según la tendencia, aunque con una liquidez asequible (gracias al BCE), y las excepcionales caídas del petróleo y del euro debería revertir esta tendencia.
Es evidente la necesidad de impulsar una reasignación (no resignación) más saludable del crédito para protegernos de veleidades de la coyuntura internacional tan potencialmente hostiles como la actual. Negarlo, más aún ante las prácticas crediticias bajo sospecha que salen a la luz, es una simpleza. No es cuestión de ideologías: la financiación de la economía productiva, el derecho al crédito, si es solvente, es de interés esencial para que el "despegue" anunciado para 2015 sea sostenido.
Juan Rubio Martín, profesor y doctor en Economía en la Universidad Complutense.