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Vivir con la volatilidad del tipo de cambio

El tipo de cambio del euro con las principales divisas mundiales, y en particular con el dólar, ha pasado a la primera línea de la escena económica y de actualidad. De cotizar a un valor cercano a 1,60 dólares en 2008, coincidiendo con la caída de Lehman Brothers, y mantenerse durante muchos meses en valores cercanos a 1,40 dólares, ha iniciado en las últimas semanas una senda bajista, coincidiendo con los decepcionantes datos de actividad económica en la zona euro y el anuncio de medidas expansivas por parte del BCE.

Estos factores, unidos a un comportamiento más vigoroso de la economía norteamericana y al anunciado cese de compra de activos en el mercado por la Fed, han hecho virar las previsiones de los analistas, que ahora apuntan a que la moneda europea podría romper el suelo de 1,20 dólares a lo largo del próximo ejercicio.

Para las empresas que comparten el euro y que operan en el comercio exterior, se trata sin duda de una excelente noticia, en la medida en que el dólar se emplea en el 84,9 por ciento de las operaciones de pago, o por el hecho de que una gran mayoría de transacciones se pacten en esta moneda, ante la falta de liquidez y contrapartida de otras muchas en el mercado. En cualquier caso, la nueva deriva que ha tomado la cotización de este par de divisas no es más que una muestra de la volatilidad en el tipo de cambio, que, en el caso de las empresas que operan en el sector de las exportación y la importación, constituye un elemento consustancial con su actividad.

El tipo de cambio entre la moneda local y una moneda extranjera constituye uno de los principales precios de la economía, y su volatilidad introduce un elemento de riesgo para la vida económica en general y, en particular, para las empresas que tienen exposición al comercio internacional. Hay quien dice que la volatilidad del mercado de divisas introduce un aliciente para los inversores, y de hecho así es, pues cerca del 95 por ciento de las transacciones que se hacen tienen carácter especulativo.

La creación de la moneda única supuso la creación de un gran mercado libre de esa clase de riesgos, pero la globalización ha vuelto a poner de relieve el aspecto de la volatilidad y, por tanto, del riesgo. En el caso de la economía española, los años de crisis han ido igualando el volumen de transacciones transfronterizas que se realizan en la zona euro con las que se destinan a terceros países, rondando en ambas situaciones el 50 por ciento del total. Ello sin duda, introduce para nuestras empresas no sólo un factor de riesgo, sino que puede llegar a incrementar el coste de las transacciones internacionales en la medida en que la falta de liquidez de algunas monedas hace necesaria su previa conversión a dólares, con el consiguiente incremento de comisiones.

Las empresas se convierten en analistas

A esta estructura volátil por definición del mercado de divisas, en cuya configuración intervienen los ratios de los principales indicadores macroeconómicos y también los eventos geopolíticos, se suma la intervención de los grandes bancos centrales para determinar la oferta monetaria en cada momento, lo que genera expectativas en una u otra dirección que terminan por cotizar en los mercados.

Todo ello hace que las empresas de la economía real se vean abocadas en la práctica a desempeñar roles más parecidos a los de analistas o traders, con la pega añadida de que el centro de su actividad no es de naturaleza financiera, sino que consiste en poner en el mercado productos o servicios competitivos por precio y capacidad para resolver necesidades.

La volatilidad está considerada como un factor inhibidor de la actividad exterior, cuando no causa del fracaso de muchas empresas que se inician en esta vertiente, como de hecho ocurre en España, donde alrededor de 58.000 pymes fracasan anualmente en su intento. Por eso, cuando se habla de la necesidad de reforzar la formación financiera en nuestro país, hay que incluir en este objetivo a las empresas, y sobre todo a las pequeñas y medianas que se plantean salir al exterior para incrementar sus ventas. En este sentido, la gestión activa del tipo de cambio, como forma de adelantarse a eventos futuros, puede generar unos escenarios previsibles para la delimitación de los márgenes comerciales y asegurar la ganancia en cada operación.

Salvador García. CEO de Ebury.

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