"En muchos aspectos, la crisis es historia del pasado". Con esa rotundidad el presidente de Gobierno ha anunciado solemnemente el fin de una época.
Dos datos parecen sostener tal afirmación, la subida desde noviembre de la afiliación a la seguridad social en 400.000 personas y el incremento del empleo fijo en tasas del 30%. Rajoy respira porque todo indica que volvemos a la normalidad.
El que haya aumentado la desigualdad de manera alarmante no puede obnubilar ni velar la buena nueva. Es un discurso impecable desde el punto de vista de quienes tienen un concepto de la normalidad bastante sesgado hacia los intereses dominantes. Las macrocifras se estabilizan al alza y la tasa de ganancia inicia el camino de su recomposición.
Si el mercado va bien...
Son los índices bursátiles quienes en cada momento marcan el bienestar social oficial. En ese sentido, todas las políticas de ajuste con sus terribles secuelas sociales son correctas porque los indicadores son los únicos que expresan la globalidad. Si el mercado va bien, la sociedad y los seres que las componen también van bien. Esa línea argumental, por extraña que resulte a la recta razón que subordina el cumplimiento de los DDHH a la lógica económica dominante, está fuertemente implantada, incluso entre muchos que se declaran contestatarios del sistema.
El economicismo ha demostrado con creces que, como pintara Goya refiriéndose a la razón, también engendra monstruos. La crisis ha terminado y por ello ya no hay millones de parados ni tampoco 5 millones de pobres. Tampoco existen 2,5 millones de niños que apenas hacen una comida al día. Los pensionistas han recobrado poder adquisitivo, las leyes laborales se han ajustado a la Constitución y se han acabado los desahucios. La juventud ya avizora un horizonte ocupacional. Ante esas evidencias que no quieren aceptar los desagradecidos, el Gobierno, pobre de él, no ha tenido más remedio que aprobar la Ley Mordaza. Cuánta ingratitud.