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La unificación de Alemania y la hercúlea labor del Este

La reunificación supuso la desindustrialización y la destrucción de empleo para el Este.

Con la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 quedó sellada la extinción de la República Democrática Alemana (RDA), que con su régimen comunista de democrática no tenía nada. La unificación de las dos Alemanias se produjo, en un ambiente de euforia ciudadana, el 3 de octubre de 1990 mediante la adhesión de la RDA a Alemania Federal, como lo contempla nuestra Constitución (artículo 23), y en base a un Tratado negociado por ambas partes. Con ello, Alemania oriental, con cinco Länder restaurados más la parte Este de Berlín como antigua capital y unos 16 millones de habitantes, quedó automáticamente incorporada en la UE -una economía con un tamaño equivalente al 10 por ciento del PIB panalemán-.

¿Qué situación hallamos? Por un lado, la necesidad de sanear y modernizar toda la economía germano-oriental. Ésta no era ni competitiva ni dinámica, carecía de infraestructuras de transporte y telecomunicaciones adecuadas, operaba con un parque de maquinaria en las empresas totalmente anticuado, registraba un nivel de productividad de tan sólo el 30 por ciento del nivel germano-occidental y ocasionaba una increíble polución ambiental en los centros industriales.

Por otro lado, había que transferir al Este todo el sistema institucional vigente en la República Federal (los organismos administrativos, el ordenamiento jurídico, el sistema tributario y fiscal, el régimen monetario y financiero, el marco laboral, la Seguridad Social etc.). Y en tercer lugar, había que resolver un problema tan fundamental en un Estado de Derecho como era el de hacer justicia a los innumerables ciudadanos germano-occidentales que fueron expropiados de sus bienes inmobiliarios en la RDA en 1949 y ahora reclamaban su devolución o una indemnización apropiada.

Nadie podía saber, por falta de precedentes, cómo llevar a cabo el proceso de reestructuración y renovación rápidamente y al menor coste posible. Pero la expectativa era la de un despegue económico en Alemania oriental; el entonces canciller Helmut Kohl incluso presagiaba un "Este floreciente" en tres o cuatro años.

Nos equivocamos todos. No caímos en la cuenta que la indoctrinación sistemática con ideología comunista había eliminado en el Este todo espíritu emprendedor y de proyección individual para realizarse profesionalmente. Así vino primero una desindustrialización y una destrucción de empleos a gran escala. Como tampoco preveíamos que el coste de la reunificación iba a ser muy elevado y persistente (transferencias financieras de Oeste a Este en el orden del 4 por ciento del PIB año tras año) y que el llamado Impuesto de la Solidaridad, que el Gobierno introdujo en 1991 en forma de un recargo del 7,5 por ciento sobre el IRPF y el Impuesto de Sociedades, sería permanente (actualmente un 5,5 por ciento) y no transitorio, como inicialmente se nos dijo.

Tres retos nunca vistos estuvieron enseguida sobre la mesa. El primero fue crear hasta el 1 de julio de 1990, es decir, antes de la unificación política, la unión monetaria alemana y determinar para ello el tipo de conversión adecuado entre el (débil) marco RDA y el (fuerte) marco alemán. Los economistas propusimos un tipo del 3:1, como mínimo. El Gobierno Federal decidió aplicar tipos diferenciados según transacción y activos monetarios, que dieron una media de 1,8:1. Los salarios germano-orientales fueron convertidos, en contra de todas advertencias, incluidas las del Bundesbank, al 1:1. Se tomó una decisión política con el fin de no defraudar las expectativas de los trabajadores orientales y evitar una migración masiva de Este a Oeste. Económicamente, fue un grave error que hoy todavía deja huellas en la economía oriental. Pues dadas las diferencias intraalemanas en la productividad, esta tasa de conversión supuso para las empresas germano-orientales de golpe una enorme apreciación real de su nueva moneda. La actividad exportadora se desplomó. Las empresas perdieron su mercado tradicional en el Este europeo (Comecon) y se quedaron sin mercado doméstico, porque no podían competir con oferentes de Alemania occidental y del resto de la UE. Como consecuencia, la producción industrial cayó en picado y el paro laboral registró un aumento dramático (del 3,5 por ciento de la población activa en el tercer trimestre de 1990 al 12 por ciento un año después).

El segundo reto consistió en privatizar miles y miles de empresas integradas en 316 grandes complejos estatales de industria y servicios, y por qué vía hacerlo: ¿saneando las empresas con dinero público antes de ponerlas a la venta o dejando esta tarea a los compradores-inversores privados? Otros y yo propusimos la segunda vía, incluyendo el cierre de aquellas empresas que a todas luces eran inviables. Éste fue el camino que tras mucha controversia política, se tomó, y de modo contundente. El argumento era que el comprador privado de una empresa sabe mejor que políticos y burócratas qué hacer con ella para que sea competitiva y pueda crecer generando al mismo tiempo empleo. Si hubiera asumido el Estado la tarea del saneamiento, muy probablemente hubiera cedido a la opinión pública de conservar los innumerables puestos de trabajo improductivos mediante subsidios a fondo perdido. El inicio de la reconstrucción económica del Este alemán se hubiera demorado innecesariamente.

Hubo que dar a los compradores alemanes y extranjeros bastantes subvenciones, si bien condicionadas a planes concretos de inversión y creación de puestos de trabajo por parte del comprador. Esto hizo muy costoso el proceso de privatización, que al concluir a finales de 1994 dejó una deuda pública de más de 200.000 millones de los antiguos marcos (unos 102.000 millones de euros). Inicialmente, el Gobierno creía que la privatización iba a generar cuantiosos ingresos para el Tesoro.

El tercer gran reto lo tenían que asumir las organizaciones sindicales y patronales (ambas occidentales) con su política salarial. Lo que la situación requería era una moderación salarial. El Gobierno pensaba que la conversión de los salarios orientales al marco con una tasa privilegiada también justificaba la moderación. Pero nada de esto ocurrió, todo lo contrario. Los sindicatos evocaron el cuestionable principio de "a igual trabajo, igual salario" y persiguieron una política beligerante de rápida armonización de los salarios orientales con los niveles occidentales. Las patronales no se opusieron demasiado, porque no tenían interés en que a las empresas germano-occidentales les surgiera una competencia de coste bajo desde el Este. Más actitud disparatada, imposible.

Los costes laborales unitarios en Alemania oriental aumentaron excesivamente, de inmediato al 120 por ciento del nivel occidental. La tasa de paro siguió al alza y se situó en casi el 21 por ciento a finales de los años noventa, el doble de la registrada en Alemania occidental, y eso a pesar de una notable emigración de personas del Este al Oeste del país.

En 25 años, la reconstrucción económica de Alemania oriental ha progresado notablemente. La dotación de infraestructuras es ahora encomiable. En el medio ambiente se puede observar una patente mejora. La nueva industria manufacturera ya aporta alrededor del 17 por ciento al PIB gemano-oriental (cuota occidental: 23 por ciento). La evolución de los costes laborales unitarios se ha normalizado, gracias a que en el mercado laboral se han impuesto, en contra de los intereses de los sindicatos, los convenios directos entre empresarios y trabajadores. La productividad alcanza el 67 por ciento del nivel occidental, en la industria el 86 por ciento. El paro laboral ha disminuido, a apenas un 10 por ciento de la población activa (que a su vez también ha bajado), y ya no excede tanto el registrado en Alemania occidental (6,5 por ciento, con una población activa creciente). El nivel de vida de los ciudadanos en Alemania oriental ha mejorado visiblemente; la renta disponible por habitante ha aumentado en el período 1991-2013 con una tasa media anual del 3,6 por ciento y se sitúa en un 83 por ciento de la occidental.

Pero aún queda recorrido hasta que Alemania oriental pueda dar por concluido el proceso de convergencia real con el Oeste del país. Dicha convergencia apenas avanza ya. Predominan en el tejido productivo empresas pequeñas y fábricas meramente subsidiarias de sociedades matrices con sede en Alemania occidental, escasean los puestos de trabajo de alta cualificación, la actividad de investigación e innovación en las empresas es modesta. Todavía no está erigido algo similar al pilar estructural básico de la economía germano-occidental: un amplio sector de empresas medianas (Mittelstand) que son flexibles, dinámicas, creadoras de un empleo bien retribuido y activas en la formación profesional de los jóvenes y que tienen una capacidad de liderar con sus productos y servicios especializados el negocio en los mercados globalizados. Obviamente, se necesita más de una generación hasta que se haya subsanado por completo el destrozo económico que llegó a causar un régimen con férrea planificación estatal, y eso teniendo un "pariente rico" que otros países liberados del Este europeo echan de menos.

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