
En el mundo del cómic es habitual la confrontación entre el Bien y el Mal personalizada en superhéroes y villanos. Ambos rivalizan en superpoderes y, a pesar de que los malvados suelen ser más poderosos (física y/o intelectualmente), los buenos acaban venciendo gracias a su pericia o simplemente a la fortuna.
Solo en una ocasión un superhéroe estuvo a punto de ser derrotado. Matt Murdock era un adolescente cuando un accidente le dejó ciego. Su fuerza de voluntad le llevó a desarrollar el resto de los sentidos así como a esculpir su cuerpo y su mente con entrenamiento y estudio. Por la noche se convertirá en el superhéroe Daredevil, el terror de los bajos fondos. Por el día, en el abogado de las causas justas desde su despacho en La Cocina del Infierno (Hell's Kitchen), del conflictivo barrio de Manhattan, en Nueva York.
Su némesis es Kingpin, que detrás de su alter ego como el oscuro empresario Wilson Fisk, controla el monopolio de la Mafia de la Costa Este. Solo en una ocasión Kingpin estuvo a punto de destruir a Daredevil. Sucedió en Born Again (Frank Miller y David Mazzucchelli, Panini, 2010) y el arma utilizada fue la más mortífera de todas: la corrupción de banqueros, policías, periodistas, políticos, empresarios e incluso de amigos de nuestro héroe.
Para que exista un corrupto debe haber un corruptor
Tras el paro, la corrupción es el segundo problema más grave para los españoles, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizado del 2 al 13 de septiembre, a partir de 2.444 entrevistas en 239 municipios. Y subiendo. La magnitud de la cuestión desborda cualquier intento de solución sin un exhaustivo análisis. La corrupción, definida como la utilización del cargo en interés propio del funcionario, no afecta solo al sector público. Para que haya un corrupto debe haber un corruptor. El sector privado se ha hecho un hueco en este tipo de delito. La corrupción también se cuela también en las conductas entre particulares. Tan solo como muestra, la del último escándalo.
Las tristemente famosas tarjetas opacas de miembros del Consejo de Administración y de la comisión de control (menuda ironía) de una caja de ahorros intervenida, cuyos cargos se convertían por arte de birlibirloque en "errores del servidor informático", una cuenta contable que justificaba los "desajustes técnicos" provenientes del presunto latrocinio.
Los profesores Carmelo J. León, Jorge E. Araña y Javier de León de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria estimaron en 2013 el coste de la corrupción en España: 40.000 millones de euros anuales (a precios constantes de 2008). En sus investigaciones miden el impacto de corrupción en la economía de forma directa, en base a los casos que salen a la luz y que son resueltos judicialmente. Pero también estiman otras variables, como la consecuente reducción de inversión extranjera (la depreciación de la Marca España), los casos que no se detectan o no pueden ser probados judicialmente o cuantos proyectos de empresarios, emprendedores y profesionales no se llevan a cabo finalmente ante la imposibilidad de competir contra los corruptos.
Ante semejante panorama, la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) poco o nada puede hacer. La Ley es el punto de partida de la RSC. Solo corporaciones legales, transparentes, eficaces, eficientes y éticas pueden optar a ser RSC. Si se quiebra la hipótesis de la legalidad, se invalidan los argumentos que la justifican.
Si Born Again relata la deconstrucción del héroe traicionado por diferentes Judas modernos por unos puñados de monedas, la Economía de Mercado exige la resurrección del emprendedor, el líder capaz de generar puestos de trabajo y desarrollo sostenible, vilipendiado por despilfarradores (corruptos o no, políticos o no) que han consumido ingentes caudales en gastos desarreglados e infames. Y de la misma manera que Kingpin obtuvo su castigo, los corruptos del mundo real deben sufrir una pena equivalente. Más allá del desprecio de los ciudadanos por su delito, su condena debe ser aplicada sin dilación por las instituciones pertinentes. No puedo estar más de acuerdo con Felipe VI, que en su primer discurso como rey durante la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, reclamaba un impulso moral colectivo en España que sea garantía de nuestra convivencia en libertad y de nuestra historia con serenidad, objetividad y sabiduría.
Juan Royo Abenia, economista.