
La economía es algo complejo, difícilmente predecible y normalmente las previsiones se realizan en función de unas condiciones más o menos dadas o predecibles, bajo la esperanza de que no cambien bruscamente. Cuando los acontecimientos sorprenden a los agentes económicos, para bien o para mal, o cuando de forma repentina tiene lugar algo que casi todo el mundo esperaba que sucediese pero que paradójicamente no se producía, es cuando las respuestas y reacciones, los ajustes en los mercados, se producen de forma brusca y desconcertante.
Así, cuando se plantea la cuestión de si estamos ante un nuevo proceso de recesión económica, al menos en Europa, no puede descartarse nada, máxime considerando las múltiples torpezas cometidas por los gobernantes, especialmente en la UE.
Los factores son tantos y tan variados que no es descartable un tropezón, sea de nuevo éste de carácter profundo, aunque menos probable, o algo más suave, con cierta parálisis o mera debilidad del crecimiento. Desde luego, Gobiernos respectivos y bancos centrales están contribuyendo, a la par ¡y de qué modo!, a que antes o después se produzca un nuevo proceso de expansión y posterior recesión, tras haber ralentizado la recuperación.
El esfuerzo del bolsillo del ciudadano
En el caso de España, y pese a que nuestro sector exterior, hasta el momento tabla de salvación, muestre debilidades, no es de esperar un nuevo proceso de recesión como el de 2009 o 2012. Después de todo, los ajustes realizados por familias y empresas han sido muy importantes y algún fruto están proporcionando. Cosa distinta es el cacareado ajuste o la inexistente austeridad de los gobiernos (el gasto público ha crecido a lo largo del período 2007-2014 en prácticamente toda Europa) y los falsos recortes (falsos porque se producen en unos lados del gasto pero se compensan en otros) de las cuentas públicas, reflejados en las cifras y evolución del déficit y endeudamiento públicos. Aquí, de nuevo, el esfuerzo ha venido del lado fiscal, es decir, de los bolsillos de los ciudadanos que, por todo ello, muestran un enorme descontento.
Aunque los factores exteriores pueden ayudar, sin duda, la salida y el crecimiento se encuentran, como siempre, en nuestras manos o en las de cada país, teniendo en cuenta, eso sí, que pertenecemos al club de la UE y el euro, que proporciona ciertos servicios o ventajas pero que tiene unas reglas para que ésos sean posibles.
Sin embargo, los gobernantes de Europa están proporcionando también un lamentable espectáculo aplicando continuas excepciones a sus reglas o ejecutando interpretaciones arbitrarias y repetidos incumplimientos o rupturas de dichas reglas: Francia y Alemania en 2003-2004; BCE sobre su papel y actuaciones antes y después de la crisis o Francia, Italia y quien sea (también Grecia) ahora mismo.
Y todo para finalmente lograr un poder político, gubernativo, único y centralizado en Bruselas, con políticas monetaria y fiscal, también de gasto, integradas y centralizadas, así como políticas de rentas y redistribución (regionales, inversión, mercados, competencia, energía, transportes, etc.) también dirigidas completamente desde Bruselas y sin posibilidad de competir al menos entre países o de poder ejercer cierta capacidad de acción o de decisión más ajustadas a cada economía, por parte de cada país.
Si un país es serio y fiable...
Los desacoples o desajustes en el crecimiento de las economías europeas se han producido siempre. No es extraño que la economía vaya mal en buena parte de Europa y España tenga un buen crecimiento, como en 1968-1971 o en 2002-2004, y al contrario, que pasemos apuros serios mientras Europa crece. Por ello, siendo importante lo que pase fuera, si un país es serio y fiable, no gasta lo que no tiene; limita y paga sus deudas (nada de quitas o incumplimientos); realiza esfuerzos para producir cosas que realmente gusten y aprecien los demás (calidad y especialización).
Si lo hace de manera eficiente (mínimos costes) y mediante mejoras en su productividad; si ofrece seguridad personal, jurídica y de contratos, así como respeto por la propiedad; si el poder político no actúa arbitrariamente ni se inmiscuye en los objetivos, decisiones y acuerdos de las personas que actúan en esa economía... logrará un crecimiento y desarrollo robustos.
Todo lo que hagamos institucionalmente en este sentido y liberalizando los mercados nos conducirá a un crecimiento dinámico y no basado en la liquidez, inmensa, que ahora inunda todo en busca de colocación o en un gasto artificial que retrae recursos de donde no debe.
Fernando Méndez Ibisate, profesor de la Universidad Complutense de Madrid.