
Bárcenas, la saga de los Pujol, Maleni y demás imputados en los ERE, Miguel Blesa y los 86 de Caja Madrid... Están por toda partes, pertenecen a todos los partidos, sin distinción de ideologías ni de credos, se multiplican en los sindicatos y las patronales y se han convertido en los nuevos embajadores de la Marca España. Una imagen país que hoy en los organismos y en la percepción internacionales es, sobre todo, sinónimo de corrupción.
Véase, si no, el 'ranking' de economía sumergida de la UE, donde sólo Italia, Portugal y Grecia tienen valores de fraude superiores al de España; también nuestro lugar 40 en el indice de corrupción mundial, o el informe del Foro Económico Mundial que nos sitúa en un vergonzoso puesto 35 lastrado por la corrupción y la falta de eficiencia de la clase política.
Corruptos y consentidores
Y en esta última percepción radica la razón del despropósito. Porque detrás de los corruptos hay consentidores, por ocultamiento o ignorancia. Que de nada vale ahora el farisaico rasgarse la vestiduras de los Rajoy, Sánchez, Cayo Lara, y demás, cuando estaban o deberían estar enterados de lo que ocurría con las tarjetas opacas (que no esa cursilada de black card) en una entidad intervenida.
Como ocurre también con los dineros negros de la familia Pujol, que todos lo sabían en las legislaturas de González y de Aznar, Maragall ya denunció públicamente el 3%-, pero consentían y callaban. Y qué decir de esa Hacienda, implacable con errores o minucias de asalariados y de emprendedores, pero que ni se movió en Caja Madrid donde, ¿o quizás por eso?, Estanislao Rodríguez Ponga, que fue secretario de Estado con Montoro, aparece en la lista de beneficiarios. Igual que parece hizo ante los avisos del Banco de España sobre el fraude de Oleguer Pujol.
Ellos también son responsables y también sujetos de responsabilidades. Esos mismos que ahora se apuntan a liderar una regeneración democrática para cambiar tan triste Marca España con menos entusiasmo que credibilidad merecen a los ciudadanos quienes, entre indignados y perplejos, recuerdan a la zorra que se quedó a cuidar del gallinero.