
El presidente Mariano Rajoy comienza hoy su primer viaje oficial a China en un momento en el que las relaciones entre ambos países podrían ser mejores. Históricamente las relaciones hispano-chinas han estado siempre presididas por un clima de complicidad fruto de nuestro buen hacer tras la crisis de Tiananmen.
En aquel momento de incertidumbre, no estaba claro que rumbo seguiría China después de los sucesos del 4 de junio, la comunidad internacional dio la espalda al gigante asiático imponiendo duras sanciones económicas. España, por el contrario, mantuvo sus compromisos comerciales y económicos y fue Fernández Ordóñez, a la sazón ministro de Exteriores, el primer alto mandatario de un país occidental en visitar el país en noviembre de 1990. China se ha mostrado siempre agradecida por la apuesta de la diplomacia de España que, desde entonces y en repetidas ocasiones, se ha dicho "es el mejor amigo de China en Europa."
Sin embargo, incidentes recientes como la imputación por parte de la Audiencia Nacional de cinco exaltos dirigentes chinos por crímenes de lesa humanidad en el Tíbet, entre ellos el expresidente Jiang Zemin, ha molestado, y mucho, a China, país especialmente receloso de recibir injerencias extranjeras en la gestión de sus asuntos internos. Entiéndaseme bien. No se cuestiona aquí la necesidad de establecer mecanismos para asegurar la universalidad de los derechos humanos en todos los rincones del planeta; sí se remarca la importancia de que los procedimientos para cumplir con dicho objetivo cuenten con la apoyatura internacional más amplia posible.
Complicidad
Sea como fuere, el presidente Rajoy tiene la difícil tarea de ver hasta qué punto los acontecimientos recientes han podido erosionar esta complicidad, al tiempo que debiera de asentar un marco que favorezca un intercambio con China más intenso y regular. El carácter insondable de la élite dirigente china y su trato distante complica que este tipo de encuentros den frutos inmediatos. De ahí la importancia de que cualquier logro que se pretenda de China pasa necesariamente por mantener una estrategia clara en el largo plazo.
A nivel económico, el avance de la globalización ha atomizado el poder en todos los ámbitos diluyendo también el poder que, antaño, atesoraban las embajadas cuando ejercían cierto monopolio de intermediación en las relaciones entre dos países a todos los niveles. Hoy su incidencia para favorecer intereses nacionales es menor. No obstante, conviene no minusvalorar el poder del lenguaje corporal que sigue siendo importante, más aún para la civilización china acostumbrada a que le rindan cierta pleitesía. Estar ya no es condición suficiente, pero sí necesaria.
Por eso, España tiene que relanzar su buena sintonía con China para la próxima década siguiendo una estrategia bifronte y bidireccional. Bifronte en el sentido de que las relaciones con la República Popular no solo tienen que abarcar las estructuras del Estado/Gobierno sino también mirar de establecer lazos de diálogo permanente con los órganos del Partido es un tema no menor. Pese a existir un cierto solape entre Estado/Gobierno y Partido, los intereses de ambos cuerpos no son coincidentes. El PCCh es quien ostenta la legitimidad del régimen y el encargado de definir la visión largo plazo de la nación.
Bidireccional
Bidireccional porque la estrategia no solo ha de ser hacia China sino, también y más importante, desde China. Sería hábil por parte de Rajoy centrar las conversaciones, sobre todo, en ver cómo España puede favorecer el proceso de transformación histórica en el que está inmerso el país o, en un plano más práctico, pensar en acciones conjuntas que permitan que España se convierta en una pista de aterrizaje preferente para las empresas chinas en su internacionalización en Europa, por poner solo dos ejemplos. Si se me permite el juego de palabras: no nos preguntemos que puede hacer China por España, sino que podemos hacer nosotros por China (y, de paso, ayudarnos a nosotros mismos).
Resulta evidente que España, por su tamaño, difícilmente puede representar un papel relevante entre las relaciones Europa-China que, a día de hoy, pasan principalmente por el eje Berlín-Bruselas. Sin embargo, sí puede convertirse en el socio amigo, en una muleta diplomática, para asegurar y consolidar unas buenas relaciones a todos los niveles entre China y Europa que, como con acierto ha señalado Javier Solana, es un elemento muy importante de estabilidad global en un mundo crecientemente inestable.
Luis Torras, socio de Reliance Star Partners, autor de 'El despertar de China'