Disrupción es una palabra muy importante de la que se ha abusado últimamente. Para definirla bien diremos que es un cambio en el coste relativo, la producción o las características de un producto o servicio, que conlleva el hundimiento o redistribución de los ingresos y beneficios de un sector. La situación supone un gran reto para el inversor, no tanto por identificar a los disruptores, sino sobre todo por localizar a los actores que están en mayor peligro de sufrir ese fenómeno.
Existen ejemplos de avances científicos que produjeron cambios tecnológicos profundos o redujeron la demanda de un determinado producto, como las cámaras digitales, los teléfonos y energía nuclear. De cara al futuro, la solución del almacenamiento de energía debería ser un importantísimo avance para la industria en general. Otras áreas de potencial innovación disruptiva comprenden el tratamiento del cáncer, las aplicaciones del grafeno y los combustibles basados en el hidrógeno.
La disrupción puede emerger de la confluencia de tecnologías, en una interacción que crea nuevas posibilidades y modelos de negocio. Otra forma es la competencia de bajo coste, cuando un nuevo actor ofrece un producto similar, aunque de precio y calidad inferiores. Finalmente, los esfuerzos para resolver restricciones o barreras de entrada pueden ser un aspecto clave que lleve a este fenómeno.
Pero, ¿cómo podemos localizar la disrupción antes de que ésta se produzca? Obviamente hay muchos factores que impulsan este fenómeno y que varían en función del sector, pero el elemento común es la existencia de altos retornos desprotegidos por la regulación. Las industrias que se benefician de la opacidad informativa y la asimetría son susceptibles de tener que cambiar su fórmula de negocio, dado que la tecnología está mejorando el acceso y el coste de la información (por ejemplo, las páginas web que comparan precios). En este capítulo entran aquellas actividades en las que una de las partes de la transacción sabe mucho más que la otra: seguros (mediante políticas telemáticas de precios dinámicos), agencias inmobiliarias y reclutamiento de personal.
¿Qué sectores no han visto disrupciones apreciables? La sanidad -el farmacéutico en especial- sobresale quizá por el hecho de tener un gran nivel regulatorio (patentes, permisos?) y la necesidad de economías de escala. La inmunoterapia y la genética podrían cambiar el panorama de la industria. Los servicios financieros también se han visto protegidos por la regulación de la llegada de nuevos operadores, pero están empezando a aparecer canales alternativos y productos como el préstamo entre particulares y el crowdfunding.
La manera más atractiva de invertir en la disrupción es identificar disruptores creíbles en sus estadios iniciales, pero esto puede ser bastante difícil y poco productivo habida cuenta de la baja tasa de éxito de los nuevos operadores, la asimetría de la información y el hecho de que habitualmente estas compañías se financian por sí mismas. La forma más pertinente de aproximación es comprender cómo pueden caer o aumentar los ingresos de un sector y discernir quiénes son los actores en más peligro de sufrir la disrupción, con objeto de evitarlos o vender las posiciones en ellos. Para eso necesitamos comprender cómo pueden responder las empresas a la disrupción.
El profesor Clay Christensen de Harvard, autor de El dilema de los innovadores, ha escrito mucho sobre este asunto y ha definido dos tipos de respuestas que se han dado en el pasado. La primera respuesta de empresas en riesgo ha sido la creación de pequeños grupos autónomos con el cometido de "autodisromper" la empresa, de liderar el cambio desde dentro. La segunda respuesta es la adquisición de la potencial empresa disruptiva para acceder a su innovación y talento al tiempo que se desactiva a un competidor. Así pasa en el caso de las empresas líderes de un sector que utilizan sus recursos financieros para adquirir o fortalecer su posición. Sin embargo, las empresas tienen cada vez más difícil este camino a medida que el límite que separa un sector de otro cambia y se difumina.
El último recurso es invocar la regulación -como hemos observado con los argumentos legales esgrimidos por los taxistas y hoteleros frente a Uber y Airbnb, o los de los libreros franceses contra Amazon-, pero habitualmente sólo sirve para retrasar lo inevitable.
Hugo Scott-Gall, Goldman Sach Sustain Research