
Para superar la dura y prolongada crisis, la economía española tiene que experimentar cambios profundos y no simples reformas, que son acciones dirigidas a rehacer lo anterior (definición de la RAE). Su escaso efecto en el descomunal desempleo y nuestra excesiva dependencia de la coyuntura exterior y de sectores ligados a la misma (turismo, exportaciones), hacen prever una recuperación (término tan anodino como el de reforma que significa volver a la situación anterior) extremadamente frágil, tan inapreciable que la sociedad responde con notables quebrantos de los apoyos electorales a quienes nos gobiernan desde hace 32 años (en voto directo -no estimado- Podemos superaría al PSOE y estaría a menos de un punto del PP, según el último barómetro CIS).
Ambas palabras, reformas y recuperación, son pura ideología conservadora para no cambiar situaciones sostenidas por la inercia bipartidista. Hay quienes creen que las diferencias entre ideologías están prácticamente difuminadas. Por eso surgen nuevos partidos, que veremos si son coyunturales o consecuencia del desmoronamiento de los pilares ideológicos vigentes hasta ahora. Han de demostrar su viabilidad; solo con ideología (o populismo en su sentido negativo) no se toman decisiones de gobierno ni se superan las debilidades del modelo de crecimiento. La influencia de los medios de comunicación durante este proceso es fundamental, incluso pueden condicionarlo. Cuando existe un afán permanente por desacreditar, más que criticar con fundamento, a los nuevos partidos, es que servirán a intereses político-económicos concretos. No es ilegítimo, pero desnaturaliza su función social de contrapoder y tarde o temprano perderán prestigio.
Economía académica
En este panorama adquiere más relevancia, por la propia coyuntura económica, la economía de andar por casa mientras, paradójicamente, los desarrollos de la economía académica resultan inoperantes para resolver problemas. Hay demasiadas investigaciones irrelevantes. Una persigue demostrar matemáticamente que las organizaciones serían más eficientes si promueven a personas aleatoriamente. Otra, desacreditada y luego matizada, asevera que a partir de una deuda pública del 90 por ciento del PIB, el crecimiento cae dramáticamente (este hallazgo de los profesores de Harvard Reinhart y Rogoff ha resultado ser lo contrario en España). Estas investigaciones quizás sirvan para carreras académicas, pero trivializan el análisis económico.
El divorcio entre el mundo académico y el real da libertad a los políticos para simplificar las valoraciones de los problemas, que pueden así banalizarse y reducirse frente a los votantes con propuestas demasiado fáciles o inoperantes. Por ejemplo, se puede decir indefinidamente, que "vamos en la buena dirección" y así lograr que algo apremiante deje, aparentemente, de serlo. O transmitir sensación de triunfo absoluto por obtener apoyos para la presidencia del Eurogrupo sin dar a conocer las contrapartidas.
La cuestión es que cuando un paciente enferma gravemente, como la economía española, no es fácil encontrar un único conjunto de medicamentos; ha de buscarse la combinación idónea en función de la urgencia de las patologías, los resultados de los análisis y la valoración de los especialistas pendientes de su evolución.
Valores muy alterados
La analítica de España muestra algunos valores muy alterados. Concurren un desempleo inusual por su persistente magnitud; una deflación, desde octubre de 2013, que podría consolidarse: elevados tipos de interés reales (ver comparativamente los del bono a 10 años y los finales a empresas y familias), y un alto endeudamiento. Combinación que, sin soberanía monetaria, podría abortar cualquier "recuperación" de las que aspira el Gobierno. Por ello, sorprende que economistas con trayectoria caigan en el "vicio de idealismo" (creer que las ideas se proyectan sin más en cambios) y se encasillen plácidamente en sus centros de investigación prescribiendo siempre lo mismo. Ya sea, por unos, más libre mercado (el mismo que originó los latrocinios especulativos de la crisis, olvidando las descomunales intervenciones/nacionalizaciones bancarias para evitar las crisis de liquidez), o, por otros, más intervencionismo (el mismo que favorece intereses a cambio de comisiones, estimuló burbujas y más cosas). La ideología, sin datos, es creencia o preferencia, no un método de análisis para tomar decisiones que aborden los problemas. Ello explica la desconfianza ciudadana hacia los programas económicos de los dos grandes partidos.
La economía académica tiene que entrar en ese círculo virtuoso de investigación que la convirtiera en parte de la solución a los problemas prioritarios. Menos modelos matemáticos irrelevantes y más orientación, desde las distintas ideologías, a la economía real.
Juan Rubio Martín, profesor y doctor en Economía. Universidad Complutense de Madrid.