
En los últimos años Francia ha caído hasta la novena posición mundial por PIB.
S i entendemos por "austericidio" aquel "crimen" contra lo austero en tiempos de crisis, es decir, contra aquello que supone cierto esfuerzo para contener el desequilibrio en el presupuesto y un menor peso del sector público en la economía, y no lo contrario, como se pretende por algunos semánticos dislocados, se podría decir que desde el lunes pasado el "austericidio" pierde adeptos en Europa y los gana la reiterativa propuesta alemana de Frau Merkel.
El breve primer gobierno de monsieur Valls dimitió y ha dado paso a uno nuevo, con un joven y singular ministro de Economía, monsieur Emmanuel Macron, procedente de la asesoría económica del Elíseo y de la banca de negocios, brillante alto funcionario del Estado, formado en una singular promoción de la famosa ENA, abuelastro de 36 años -o sea, con una mayor perspectiva para las decisiones intertemporales de la que suelen tener los jóvenes- y con las ideas más claras acerca de lo que le conviene a Francia en lo económico.
La socialdemocracia francesa, al menos aquella parte con más peso en el poder del Elíseo y del gobierno, parece haber asumido que la deriva de reiterados déficits presupuestarios por encima del pacto europeo de estabilidad, con un creciente nivel de deuda pública, muy próximo ya al 100 por ciento del PIB y un gasto público próximo al 58 por ciento del PIB, de los más altos del mundo desarrollado, si no el que más, no ha servido para evitar el estancamiento de un PIB que no levanta cabeza desde 2011 y no ha mejorado las expectativas en un país con más de 3,3 millones de parados.
Los últimos años han llevado a Francia a la novena posición mundial por PIB, medido en paridad de poder adquisitivo, cuando hace poco tiempo se jugaba el quinto puesto con Gran Bretaña. Además, es el último de los veinticinco primeros países por renta per cápita, también medido en paridad de poder adquisitivo, según el FMI en 2014.
La palabra clave es competitividad. Pero para su mejora necesitan ser más austeros. Cada empleado francés por término medio trabaja 325 horas menos que uno alemán y tiene siete días más de vacaciones, retirándose de la vida activa a los 60,3 años en vez de a los 62,6 del alemán. El salario mínimo en Francia se ha situado en 2014 en 1.445 euros, subiendo el 1 por ciento, con la que está cayendo. Solamente Holanda, Luxemburgo y Bélgica tienen salarios mínimos mayores.
Es decir, Francia se comporta como si tuviera un nivel de productividad mayor que sus vecinos y como si tuviera margen de sobra en su competitividad. Sin embargo, en 2012, antes de las elecciones presidenciales, perdió su triple A de solvencia y, por si fuera poco, presenta en los últimos años un déficit en su balanza por cuenta corriente que es incapaz de corregir.
La llegada de monsieur Macron significa, porque él lo ha expresado así recientemente en la revista Le Point, que se asume el error de 2012 de la ostensible subida de impuestos para reducir el déficit público y que para salir de la situación de estancamiento hay que "liberar energías", se entiende que privadas, para poder relanzar la actividad económica.
Si los impuestos y las cargas sociales -las más altas del mundo desarrollado, cercanas al 43 por ciento- están frenando la recuperación de la actividad empresarial en Francia y la creación de empleo, la respuesta vendrá por una reducción de las mismas, además de por una disminución del gasto en prestaciones públicas. Si ocurre, será un recorte controlado, puesto que el propio Macron ha señalado que una reducción de más de 50.000 millones de euros en tres años alimentaría los riesgos deflacionistas en Francia y plantearía incluso problemas de ejecución presupuestaria -debe entenderse que ya comprometida plurianualmente-.
En todo caso, a nadie se le escapa que la piedra de toque del espíritu reformista del nuevo Gobierno francés será un cambio significativo en el mercado de trabajo. Pesa como una losa la reforma de las 35 horas de 1999 de monsieur Jospin -y si no que se lo pregunten a monsieur Sarkozy-. El nuevo ministro ha apuntado a utilizar la posibilidad de descolgarse de la norma mediante acuerdos entre los agentes sociales dentro de las empresas, para darse mayor libertad de negociación y conseguir mejores resultados en términos de productividad y empleo. En este sentido, el horizonte claramente está en la vía reformista alemana, junto con la necesidad de dejar de ser el peligro mayor de la estabilidad económica de la zona euro, tal y como le exige la UE. En fin, dos exigencias que por su origen nada gustan a los franceses. Ya veremos.