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Erdogan arrasa en las elecciones

  • Con él la economía del país ha crecido, pero la democracia ha ido a menos
El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan.

En los primeros comicios presidenciales directos de Turquía, el actual primer ministro islamista Recep Tayyip Erdogan obtuvo el 52,1% de los votos. Se convierte en el 12 presidente de la República. Como se preveía, Erdogan aplastó a sus adversarios, el social-demócrata nacionalista Ekmeledin Ihsanoglu, historiador que obtuvo el 39%, y el representante de la minoría kurda, Selahatin Demirtas, que consiguió apenas el 9%.

Para la mayoría religiosa y conservadora, gracias a Erdogan se ha disfrutado de una década de fuerte crecimiento económico y estabilidad política. Cuando llegó al poder hace once años se comprometió tanto a adoptar una actitud favorable a los negocios, como a establecer buenas relaciones con los vecinos. Al menos, en lo económico, cumplió lo prometido. Durante diez años, el país creció a un ritmo sostenido de entre el 6 y el 8 por cien anual. En poco tiempo, supo atraer a las grandes empresas internacionales. La inversión extranjera pasó de 2.000 a 200.000 millones de dólares.

Sin embargo, la democracia ha ido a menos. Desde que asumió el poder, Erdogan fue girando del pragmatismo a la ideología; del trabajo en equipo a las decisiones personales.

Desde hace un año, el presidente electo también se ha convertido en el político más criticado, denunciado como "dictador" tras las manifestaciones populares de junio de 2013 y la severa represión posterior. Muchos le consideran además un "ladrón", desde que, hace seis meses, se encontró en el centro de un escándalo de corrupción que hizo tambalear al Gobierno. Erdogan denunció un complot antes de purgar la policía y amordazar las redes sociales y la justicia.

En la campaña presidencial, abusó de un discurso provocador y agresivo. Utilizó de forma indigna el argumento de la religión. Un juego peligrosísimo en momentos en que los vecinos del sur y sudeste están inmersos en cruentas guerras teñidas de persecuciones religiosas. Se multiplican las acusaciones de despotismo, tanto por exaliados como opositores, que empañan definitivamente su imagen como artífice del milagro económico.

Pero Erdogan se rehizo y salió victorioso con su estrategia favorita: ser "un hombre del pueblo, víctima de las elites". Se presenta como un hombre cercano a las preocupaciones del turco de la calle. Sigue teniendo un sólido apoyo en las regiones rurales y en los medios religiosos que prosperaron bajo su Gobierno. Ayudó asimismo la división de la oposición, que no pudo aglutinarse alrededor de un candidato alternativo. Consciente de la importancia de los gestos, el llamado Putin de Anatolia hizo lo mismo que los sultanes otomanos antes de acceder al trono. Y es que el sultán, como también se le conoce, se ha convertido en el líder más poderoso de la Turquía moderna y en una figura providencial para sus partidarios. Para sus críticos, que temen que se acentúe el autoritarismo de su gobierno unipersonal, encarna la creciente polarización del país.

En el Gobierno desde 2003, Erdogan no piensa renunciar a su poder. Todo indica que su presidencia será activa y partidista. El presidente tendrá que reformar la Constitución de 1982, redactada por la junta militar. Para las enmiendas a la Carta Magna requiere el respaldo de dos tercios del Parlamento. De no obtenerlo, podría decidirse por la vía de los hechos consumados. En todo caso, tratará de reforzar las prerrogativas del jefe del Estado, hasta el momento puramente representativas, virando así hacia un sistema presidencialista.

Para alcanzar esos objetivos, resulta crucial la elección del próximo primer ministro. Es decir, el presidente necesita una marioneta. Alguien que le haya demostrado lealtad hasta el punto de autolimitar su propia autoridad como jefe del Ejecutivo. Muchos apuntan al actual ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, cercano a Erdogan, como el posible nuevo jefe de Gobierno.

Mas la diplomacia turca ha venido sufriendo duros reveses. Davutoglu ha visto su teoría de "cero problemas con los países vecinos" transformarse en "ninguna relación con países vecinos exenta de serios problemas". A causa del inestable escenario regional y de sus propios errores ,Turquía se encuentra cada vez más aislada.

Las dificultades no se hallan sólo en el sur y sudeste. La crisis de Ucrania ha dejado al descubierto la dependencia de Turquía respecto a Rusia. Ankara no podía tomar medidas unilaterales para oponerse a Moscú. Además del suministro de gas de Rusia, los sectores turcos de turismo y construcción viven en gran medida del dinero ruso. Su mayor preocupación es evitar el perjuicio a sus intereses económicos del endurecimiento de las sanciones occidentales. La estrategia turca consiste en limitar los daños debidos a decisiones tomadas por otros, en vez de ejercer influencia sobre Occidente o Moscú.

Al tiempo que la UE sigue centrada en su crisis, Turquía está obsesionada con sus conflictos internos. Un nuevo impulso a las negociaciones de adhesión tendrá que esperar.

Mientras trata de ejercer un control total sobre los mecanismos estatales emerge con más fuerza la retórica islamista. Es muy de temer que en los próximos cinco, o posiblemente diez años, su autoritarismo vaya en aumento. A medida que Erdogan consolida y concentra todo el poder, crece el deterioro de la imagen internacional de Turquía.

Marcos Suárez Sipmann, analista de relaciones internacionales. @mssipmann.

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