
Por fin se reunieron los jefes del Gobierno y la oposición. Nada significativo sobre algún cambio económico, de incuestionable necesidad pese a la moderada mejoría en las previsiones. Todo parece indicar que se seguirá con las reformas exigidas por la Comisión (básicamente en la consolidación fiscal y financiera) renunciando a una mayor proactividad, lo que apenas facilitará un cambio del modelo productivo.
La oposición insiste en solicitar ayuda europea (el jefe socialista reclamó una política monetaria más expansiva del BCE) y la exclusión de la inversión pública en el cómputo del déficit, sin apenas aportar ideas algo más innovadoras salvo medidas de apoyo a personas sin empleo, algo con lo que difícilmente se puede estar en desacuerdo. Varios autores señalan a la incompetencia como la razón principal de la prevalencia de políticas tan inerciales. Trasladado al ámbito empresarial, la inercia se da cuando los directivos son demasiado incompetentes para adoptar nuevas estrategias y métodos.
Seguramente algunos países avanzados tendrán tal percepción de nuestros políticos, al contemplar nuestro prolongado y descomunal desempleo y las dificultades, desde que cayó en picado "el ladrillo", para crecer sosteniblemente. Esta percepción es más ostensible cuando por una mejoría coyuntural del sector exterior, o por empezar a reducirse el elevadísimo paro en la última EPA, se cae en un optimismo exacerbado, mientras la situación de muchas familias sigue siendo dramática (aumentos de ejecuciones hipotecarias, intensificación de la emigración, mayor recurso a ONGs...)
La cuestión pertinente es si los gobiernos tienen ideas claras sobre el futuro de una economía como la española o están más pendientes de las elecciones. Frecuentemente se transmite, aunque no convincentemente, que vamos hacia un modelo basado en la exportación (los últimos datos del MECC, con un déficit comercial acumulado a mayo superior en un 82% al del año pasado, no apuntan precisamente a esa dirección) sin especificar si la ventaja competitiva a alcanzar se referirá a salarios, calidad, medios de producción empleados, organización, etc., opciones con resultados distintos; para tener ventaja en los tres últimos factores hace falta capital, industria y conocimiento.
Razonamiento similar para el turismo. Desde luego, si no encontramos un desarrollo nacional con mayor peso de la industria, esperar una mejoría del PIB de la Eurozona (que crecerá este año el 1,1% según el FMI) se traducirá en ligeras tasas de crecimiento, pero con empleos inestables (en junio, según el SEPE, solo el 7,3% fueron contratos indefinidos, con una tasa de paro del 24,47% según la EPA del segundo trimestre) y sin subida de la renta disponible.
Algunos economistas escépticos siguen argumentando que la mejor política industrial es la que no existe, mientras en 2013 cayó al 15%, muy inferior a la media europea. Hay quienes identifican al Estado con "coacción y violencia parasitaria": cualquier política sectorial provocará destrucción de riqueza. Otros, más "moderados", rememoran la ineficiente mano del intervencionismo, que entorpece el camino al ideal económico.
El Gobierno aprobó recientemente (Consejo de Ministros del 11 de julio) una "Agenda para el Fortalecimiento del Sector Industrial", elaborada conjuntamente con una consultora privada. Ciertamente es un positivo cambio de orientación, pero haciendo una lectura "cruzada" de la misma con otros documentos recientes, sigue siendo cortoplacista y con demasiado peso, dentro de las 96 anunciadas, de medidas indirectas de refuerzo o apoyo de otras ya anunciadas. Tal confusión y orfandad de ideas recuerda a las películas de naufragios donde, en un inmenso mar de dudas, los náufragos no saben dónde ir, ni siquiera si se puede ir a alguna parte para salvarse.
Lo peor es que vamos a una década perdida en la que habrán naufragado multitud de agentes económicos, mientras algunos políticos van por ahí cantando alabanzas a su "modelo", cuya máxima aspiración es ser bien recibido por el Eurogrupo. Desde el hundimiento del ladrillo, unos electores disgustados echan en falta ideas creíbles que acaben con las deficiencias del sistema. Es cierto que varias están sólidamente fundamentadas y desarrolladas, desde hace años, por los conocedores de las materias.
Juan Rubio Martín, Profesor y Doctor en Economía. Universidad Complutense.