
Hace unos días desayuné con una agradable noticia: Kutxabank había perdonado a Unión Democrática de Cataluña (UDC) 9'6 millones de euros de una deuda vencida en 1996. UDC se encuentra en quiebra técnica. Pero Kutxabank, ejemplar institución, en lugar de ejecutar ha preferido perdonar. En lugar de hacer leña del árbol caído (o por caer) ayuda a su regeneración.
Esta condonación demuestra que la imagen que el ciudadano de a pie tiene de la banca es consecuencia de una sórdida campaña de desprestigio y falsedades respecto a la ejemplar conducta de esta arcangélica y solidaria institución. Por ello las decenas de miles de ejecuciones (los desahucios de familias, las implacables persecuciones de las deudas a pequeños empresarios, a gentes que dejaron ahorros e ilusiones) no existen.
La culpa es de la incapacidad de los deudores en explicarse ante una banca de tierno corazón y sensibilidad extrema ante las tragedias de quienes un día se endeudaron y hoy no pueden hacer frente. Pero las deudas de los españoles no son simples asientos contables. Sino tragedias de personas angustiadas por su presente y por su porvenir. Por su hogar perdido o por perder. Por su endeudamiento perpetuo como consecuencia de avales correspondientes a ilusiones y proyectos que se hundieron como consecuencia de la codicia de los especuladores que dejaron a España convertida en un burdel financiero.
Especuladores que, lo que son las cosas, eran precisamente la banca que se benefició de la burbuja financiera y que ahora exigen hasta el último céntimo a la ciudadanía. Por ello que Kutxabank perdone nueve 9'6 millones a UDC, que La Caixa lo hiciera ayer con el Partido Socialista de Cataluña, que las deudas con los partidos y sindicatos se eternicen y no se ejecuten tiene mucho que ver no con la caridad sino con el poder. Ese poder que se conjuga en perdones y condonaciones para unos y ejecuciones implacables para todos.
Javier Nart, abogado.