Firmas

Las extrañas casualidades del caso Gowex

Cuando Fray Luca Pacioli enunció el "no hay deudor sin acreedor" y sistematizó los principios de la partida doble en su Summa de arithmetica, no contaba con la sagacidad con la que algunos podrían convertir esa partida en triple. El exconsejero delegado de Gowex no siguió los consejos del franciscano y, según ha declarado el mismo ante el juzgado, bien podría haber acreedores sin deudores en una proporción tal que la empresa no pueda hacer frente a sus obligaciones en el corto plazo.

¿Quién puede proteger al mercado del falseamiento contable y de auditorías coladero? En la práctica, nadie. Para que una empresa cotice se exigen unos requisitos de transparencia, la intervención de asesores y, por supuesto, cuentas auditadas.

Pero estos requisitos son meramente formales y ni la CNMV ni el propio mercado pueden actuar como detectives y reformular las auditorías o verificar que las informaciones sean veraces, pues ni es su cometido ni en la práctica podrían hacerlo. Luego se ciñen a la apariencia de veracidad y al cumplimiento de los requisitos para autorizar a una empresa a operar en el mercado y, básicamente, es todo lo que pueden hacer, salvo que sea público y notorio un incumplimiento o la falsedad de los datos.

A pesar de la cantidad de gente implicada en la información que una empresa suministra al mercado -personal de la propia empresa, auditores y asesores-, resulta que es posible que las cuentas estén amañadas. ¿Falla el mercado? No. Lo que falla es la forma en que se verifica la información financiera y los agentes encargados de realizar esa labor.

¿Es posible que sólo el exconsejero delegado de Gowex supiera que las cuentas llevaban años falseándose? Poco creíble para cualquier mente franciscanamente contable, porque si la contabilidad tiene algo a su favor es su tozudez. ¿Era tan manifiesta la manipulación que lo sabían hasta en Nueva York, quizás por aquello de que nadie es profeta en su tierra? Para que algo en finanzas sea creíble lo mejor es decirlo en Londres o en Nueva York, sobre todo si te vas a poner corto, por no hablar de que otro país es ya otra jurisdicción.

Y aquí surge otro de los debates que más encienden a ciertas mentes: la especulación bajista en los mercados. Las posiciones cortas son muy arriesgadas, aumentan la liquidez del mercado y proporcionan un plus de rentabilidad a inversores de largo plazo. No es el demonio de los mercados, es una forma más de operar en ellos. Estamos hartos de ver cómo los bajistas para triunfar intentan apoyarse en informaciones para modificar el sentimiento de mercado y salirse con la suya.

Si la información es falsa, estamos ante posiblemente un delito, pero si es cierta, como en el caso de Gowex, lo que estamos es ante unos tipos que disponen de una información de la que los demás carecen y se lucran por ello. ¿Es eso un mal en sí mismo, cuando encima dicen que van a ganar dinero? Pues quizás sí, pero absolutamente inevitable, porque si no difunden ellos mismos la información, ya se la darán a otro para que lo haga. Luego estamos ante otro problema con mala solución, cual es que hay quien sabe lo que otros ignoran.

El asunto es que es poco probable que una información de ese calibre puede salir de otro sitio que no sea el entorno de la misma empresa y, si así fuera, podríamos decir cui prodest scelus, is fecit, que dicho en latín queda solemne.

Y aquí tropezamos con otro de los problemas que trae toda esta historia, que es que cuando pequeñas empresas cotizan en los mercados, su parte financiera adquiere tal importancia que la empresa se puede convertir en una mera excusa y el cumplimiento de sus objetivos económicos tan obligado que, si no es verdad, se hace.

Si la empresa queda rehén del mercado, sólo vivirá para alimentarlo. Si su presencia en el mercado fracasa, la empresa fracasará, con lo que no sólo se tiene que ocupar del negocio, sino de salir permanentemente bien en la foto, lo que en muchos casos se está revelando como un imposible metafísico.

Pero resulta evidente que lo que no gana la empresa alguien puede ganarlo en el mercado, especulando con ella y cinco minutos antes de presentar el concurso de acreedores, es decir, de que sea público y notorio que la empresa tiene dificultades porque está al borde de incumplir importantes obligaciones. Una gran casualidad.

Para terminar, una licencia cinematográfica. En la película Perdición (Double Indemnity, Billy Wilder, 1944), a un investigador que detectaba fraudes en una compañía de seguros le hablaba metafóricamente un enanito que tenía en el estómago cuando algo le olía mal en un siniestro. Pues bien, con respecto a todo este asunto, el enanito en cuestión estaría chillando.

Juan Fernando Robles, profesor de Banca y Finanzas

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