Hoy, Italia se hace cargo de la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Ello sucede poco más de un mes después de las elecciones europeas del 25 de mayo, en las que la mayoría de los gobiernos padecieron el severo castigo de los electores, se produjo un alza alarmante de las opciones populistas y el italiano Matteo Renzi, el joven primer ministro de su país desde febrero, líder del Partido Democrático apenas desde diciembre, consiguió un clamoroso éxito al lograr el 40% de los votos y casi duplicar el respaldo que obtuvo el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, la fuerza populista que amenazaba con enterrar a los partidos tradicionales.
El pasado 21 de junio, los líderes socialdemócratas presentes en los gobiernos de nueve países de la UE se reunieron en el Elíseo, invitados por Hollande, para preparar la relevante cumbre europea que había de tener lugar en Bruselas los días 26 y 27. Allí estuvieron, junto al presidente francés, el jefe del gobierno italiano, Matteo Renzi, el vicecanciller alemán del SPD, Sigmar Gabriel, y los dirigentes Selle Thorning-Schmidt (Dinamarca), Victor Ponta (RumanÍA), Robert Fico (Eslovaquia), Bohuslav Sobotka (República Checa), Joseph Muscat (Malta), Werner Faymann (Austria) y Elio Di Rupo (Bélgica). También estuvieron presentes el primer ministro francés, Manuel Valls, y el actual presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz.
Respaldo conservador a Juncker
El resultado más notable del encuentro de París fue el respaldo al conservador Juncker como candidato a la presidencia de la Comisión Europea, es decir, el apoyo al espíritu democrático de las elecciones del 25 de mayo, que fueron ganadas por el Partido Popular Europeo y que, de acuerdo con el Tratado de Lisboa, habían de marcar el signo político de la Comisión. A cambio, los socialdemócratas acordaron reclamar la presidencia del Consejo que hoy ostenta aún Van Rompuy. También Schulz deberá seguir siendo presidente del Parlamento Europeo durante la primera mitad de la legislatura, para ceder el puesto a un miembro del PP en la segunda. Además, Renzi, por su parte, desearía colocar a una persona de su confianza al frente de la política exterior europea, en el cargo de Catherine Ashton.
Esta reunión de París fue el desenlace de una serie de reuniones y contactos de los socialdemócratas europeos encaminados a obtener conjuntamente de Alemania un cambio de rumbo. Y, en efecto, para este mandato europeo, Renzi, cargado de prestigio, tratará de imponer una rec- tificación de la política económica comunitaria en el sentido de relajar el fundamentalismo monetarista que ha regido durante toda la crisis y que ha dejado numerosas victimas en el seno de la sociedad civil y ha causado un grave quebranto al bienestar de los países europeos más afectados.
Pacto de Estabilidad
En concreto, Renzi ya ha planteado a Bruselas la relajación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, sobre todo para los países que hayan acometido reformas y realicen inversiones para acelerar el crecimiento. Dejarían, por ejemplo, de computar como déficit aquellos gastos encaminados a cimentar el crecimiento estructural, según una idea lanzada estos días pasados por el alemán Sigmar Gabriel.
Todo ello sin poner en riesgo el euro ni abandonar la disciplina presupuestaria ni los compromisos adquiridos pero utilizando al máximo los resquicios de flexibilidad que puedan utilizarse.
Por supuesto, el primer ministro italiano no sólo se ocupará de ablandar el rigor financiero alemán y de llevar hacia el centro la política económica de la Unión: también dará la batalla en Bruselas por implicar a toda la UE en el problema de la inmigración, que hoy afecta gravemente a Italia, pero también a España y a los demás países periféricos. Renzi pretende arrancar de la Unión la creación de un cuerpo de policía de fronteras y de una guardia costera; y, con ello, aliviar la carga que soporta Italia por la gran operación aeronaval que mantiene con el fin de impedir nuevas tragedias, como las recientes de Lampedusa.
La pujanza del italiano Renzi, quien consiguió arrinconar al populismo en las europeas y cuenta actualmente con el 69% de popularidad en su país, le otorga una gran capacidad de maniobra que debería permitirle sacar a Europa del impasse de la ortodoxia monetarista para introducirla en la senda de la reforma social, de la mayor preocupación por las personas, del capitalismo compasivo y con rostro humano, y de la búsqueda de la prosperidad perdida. A España le conviene, por razones obvias, que se avance en esta dirección.
Antonio Papell, periodista