
No soy monárquico, soy felipista. Y lo soy porque he tenido la ocasión de conocer y hablar en varias ocasiones con el Rey Felipe VI, cuando era Príncipe de Asturias. Tal como se han sucedido los acontecimientos y tal como le he visto ejercer su cargo, he llegado a la conclusión que él es quien mejor puede hacerse cargo de la jefatura del Estado.
Desde pequeño ha sido preparado para representar las tradiciones de nuestra España, de la que la muchos nos sentimos orgullosos. Hace ya más de veinte años, tras una recepción con el Emperador del Japón con motivo de la Expotecnia organizada por el ICEX, tuve la ocasión de comentarle: "De la misma manera que su padre ha sido el motor de la democracia, usted es la locomotora en la internacionalización de las empresas españolas". "¡Ojalá! - me respondió - yo estoy dispuesto a tirar del carro, porque creo que es ahí donde está el futuro". Y así ha sido desde entonces.
He visto como abría las puertas a nuestras empresas en China, India, Colombia, Brasil? nunca falló a la cita y había que oír a los emprendedores españoles hablar de esas misiones comerciales. Somos testigos los periodistas que cubrimos aquellos viajes. Los jefes de Estado siempre le recibieron con los brazos abiertos y esa buena acogida era aprovechada para hacer contactos en las diferentes cancillerías, lo que les facilitaba su instalación.
Como en la película de Walter Lang en El Rey y yo, estos días no me he planteado que pudiese existir un conflicto entre mis convicciones republicanas y que el jefe del Estado lo encarnase un rey. Tal dilema lo resolví en 1978, cuando voté la Constitución en la que se consagraba una monarquía parlamentaria en la que el Rey reina pero no gobierna.
A diferencia de las monarquías absolutas, en la nuestra la soberanía reside en la voluntad popular. Por tanto, mientras se mantenga este consenso en torno a la Familia Real seguirá siendo válido que ejerzan un papel ejemplarizador.
Mariano Guindal. Periodista.