
La pasada actuación del BCE no ha pasado desapercibida para nadie, son muchas las perspectivas y escenarios que pueden hacerse y más los enfoques de la misma que pueden llevarse a cabo. No es de extrañar este hecho pues ha sido todo una batería de medidas, algunas de las cuales se adentran por terrenos desconocidos, otras son novedosas para el BCE y para el área euro, siempre más al cobijo de una política monetaria ortodoxa frente a las menos convencionales y mucho más imaginativas que la que otros bancos han llevado a cabo. Bienvenidas sean las actuaciones, donde se da un salto importante desde las palabra a los hechos, algo muchas veces demandado.
Estos días estamos viendo como, al calor de estas medidas, la reducción de la prima de riesgo es la tónica de los mercados de capitales y deuda pública. Buena noticia que viene a afianzar el marco de una mayor estabilidad para la financiación de los diferentes gobiernos, donde la ruptura de la divisa única o incluso la salida de alguno de los países parece ya un escenario descartado. Muchos se asombran de ver que la rentabilidad del bono español a diez años se sitúa por debajo de la rentabilidad ofrecida por el americano, pero no debería extrañar esta situación dado que por una parte los bonos americanos pagan sus intereses en dólares, mientras que el español lo hace en euros.
Recordar que los tipos de interés de una moneda y por tanto la base para establecer luego los costes de financiación de los activos denominados en esta divisa en diferentes plazos, tiene que ver con expectativas de inflación y crecimiento. El BCE nos ha señalado ya un periodo de tiempo relativamente prolongado de baja inflación, menor que la prevista para EEUU, así como un mensaje de crecimiento débil, inferior nuevamente al estadounidense. Ambas previsiones propician que los tipos en Europa se sitúen por debajo del americano, aun cuando como en el caso español nuestro perfil crediticio sea inferior al de allí.
¿Cómo influirá en la empresas?
Pero quizá y donde menos opiniones he visto es en la influencia que estas medidas pueden tener para las empresas, las cuales llevan ya más de un lustro con fuertes restricciones de crédito, especialmente en el caso español, además de soportar un coste pesadísimo y muy elevado para el momento en el que nos encontramos. Aquí desgraciadamente no soy positivo, cierto que todo parece indicar que vamos a ver mejor acceso o facilidad a conseguir crédito, amén de un tipo de financiación más leve, pero por sí solas estas premisas no son las únicas para que se dé crédito y a tipos razonables.
La financiación en España depende del canal bancario, razón que está en la base de mi pesimismo. Hasta el momento el sistema bancario tenía suficiente dinero para prestar, de hecho y como ha venido recogiendo la prensa, el dinero depositado en el BCE ha sido enorme, es decir no se prestaba. En la actualidad se ha reducido por devolución de los bancos, no por haberlo utilizado en crédito. Para que haya un flujo razonable de préstamos, el mismo depende de la existencia de una demanda solvente de crédito, algo que hoy por hoy no se da. Cierto que las medidas de Fráncfort pueden contribuir a un sostenimiento de la actividad e incluso incentivarla, pero la reactivación tardará en llegar, por lo que en el corto plazo no veo razón para aseverar que dando a los bancos más dinero, los mismos vayan a incrementar su cartera crediticia.
Si anteriormente me refería al volumen toca ahora el tema del precio, del tipo de interés a satisfacer. En este sentido tampoco soy positivo, sí puede haber un cierto descenso de los mismos pero no de forma sensible y sobre todo contundente, incluso puede que ni siquiera se dé. El coste para un prestatario, tipo de interés que cobra, es la suma del coste de la materia prima, euribor, más la pérdida que tiene, morosidad.
Veámoslo con un ejemplo que utilizo mucho en mis clases. Si un farmacéutico vende alcohol a sus clientes, el coste del mismo es la suma del precio que paga por el alcohol, en nuestro caso el euríbor, más la merma por evaporación del mismo, la morosidad en el caso de los préstamos. Por tanto se puede bajar tipos, como así facilita el BCE con sus medidas, pero no es óbice para que descienda la morosidad, esta variable no depende de él, sino de la actividad, del PIB.
Las medidas tomadas deberían a la larga -remarco a la larga- contribuir a reforzar la actividad, pero su efecto no se ve en el muy corto plazo. Podemos mirar, con reservas, a algún país que ha llevado a cabo medidas parecidas como es el caso de Dinamarca. Allí el banco central danés instauró tasas negativas, al igual que el BCE, pero sus resultado no fue el esperado. Los bancos continuaron manteniendo un elevado volumen de efectivo en el banco central, repercutiendo el coste generado precisamente a los préstamos que debieron asumir mayores costes para financiarse, empeorando incluso la situación.
No debemos olvidarnos, además, de que los bancos tienen unos test de estrés en noviembre: que están llevando a cabo una reducción de sus carteras, y que además Basilea III y el incremento de recursos propios es una Espada de Damocles para los bancos, que complican aún más el panorama crediticio. Las empresas lejos de quejarse deberían haberse dado cuenta de su dependencia bancaria y haber iniciado una diversificación de fuentes de crédito. El caballo no bebe por bajarlo al río y bueno es, además, que el propietario no tenga el río como único abrevadero.
Miguel Ángel Bernal Alonso, profesor y coordinador del departamento de Investigación del IEB.