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Europa sin europeos

Ha concluido uno de los periodos más turbulentos de la Legislatura europea. El futuro del euro, política económica y fiscal, fronteras, inmigración, energía y agricultura han sido temas centrales de una elección para renovar el Parlamento que lidió con la crisis del 2007. Los poderes de la Eurocámara han aumentado desde la última elección. Tendrá una voz decisiva respecto a quién ocupa la presidencia de la Comisión. La abstención ha sido alta. Demasiado. En muchos países del mundo estarían contentos de poder participar en unas elecciones libres. Sin embargo, no podemos cerrar los ojos a los déficit de la Unión Europea dando alas a violentos populismos impulsando a su vez la eurofobia y la abstención. Imperfecciones que incluyen entre otras la falta de verdadera democracia, la complejidad del sistema, la ausencia vergonzosa de una eurovoz ante las grandes crisis internacionales -Siria por ejemplo-, o el sometimiento al cronómetro del mercado.

Finalmente una campaña tardía y mal encarada: la construcción europea se vende mal, sobre todo porque nadie la encarna realmente con un ideal fuerte. Las sociedades golpeadas por la pauperización le tienen miedo a Europa: la juzgan responsable de la crisis, del desempleo, la consideran débil o demasiado obediente al sistema financiero y poco interesada en el destino de los pueblos que componen la UE.

Los resultados muestran que los movimientos radicales, anti-inmigración, anti-Europa? asedian el proyecto común. Es verdad. Aunque no podemos menos que dar nuestro más sentido pésame a todos estos nuevos eurodiputados que intentarán durante los próximos cinco años de sus vidas debilitar la UE o acabar con el euro. Se enfrentan sin muchas perspectivas de éxito a una verdadera tarea de Sísifo. Los eurófobos de los distintos Estados ni siquiera controlan el funcionamiento de aquello que tanto odian. Las competencias del Parlamento - y en general de todo el entramado institucional de la UE - se rigen por los gobiernos de las capitales europeas. El próximo Parlamento europeo estará aún más fragmentado de lo que ya estaba. Ganan fuerza los extremistas de izquierda, y más, los de derecha. Los populistas podrán pronunciar sus discursos inflamados, pero su retórica va dirigida a contentar a sus electores en sus países de origen. No tendrán poder para bloquear las funciones de la Cámara. En respuesta, los partidos proeuropeos de centro se moverán de forma más cohesionada.

Sin ningún ánimo de restarle importancia a este serio y preocupante fenómeno continental, los populistas ni siquiera lograrán deshacer la maraña tecnocrática de Europa. No, sus gritos no constituyen una amenaza existencial. Desde luego, no en el Parlamento Europeo que será operativo y podrá trabajar. El desafío más inminente para evitar una erosión de la construcción europea es la mayoría silenciosa. Aquellos que han optado por dar la espalda a los partidos tradicionales votando a nuevas fuerzas políticas críticas no necesariamente contrarias a la Unión. Y la desconfianza y desencanto de aquellos -cuyo número es aun mayor- que no han ido a votar. El desinterés de los ciudadanos ha sido alarmantemente alto.

Esta apatía de los que no votan es el gran peligro. Y es que para una inmensa mayoría, los logros del trabajo conjunto de Europa son algo que se da por sentado, que se estima permanecerá para siempre. Mas la paz, los viajes sin pasar por aduanas, los estudios y trabajos en otros estados, la moneda común, el mercado único... en cualquier momento pueden perderse. Es preciso trabajar por ellos y defenderlos de forma permanente.

Más importante es la labor del conjunto de los gobiernos censurados y desautorizados por sus electorados. Los líderes deben reaccionar reajustando sus políticas simplificando, democratizando y acercando las instituciones europeas a los ciudadanos. Pese a crisis, problemas e insuficiencias la UE es una apuesta por la paz y un ejemplo de cimentación política y armonización sin precedentes: 28 países, más de 500 millones de habitantes, 24 idiomas y un pasado marcado por guerras terribles. Seguimos teniendo a escala mundial enormes privilegios gracias a una de las aventuras políticas y humanas más admirables de los últimos 50 años. Por eso para muchos europeos el gran ideal de un conjunto geográfico unido y en paz sigue en pie.

Estos comicios -primeros tras la crisis de la eurozona y el conflicto en Ucrania- han de marcar una nueva etapa. La de una Europa más democrática y dispuesta a incluir a sus ciudadanos.

Marcos Suárez Sipmann, analista de relaciones internacionales @mssipmann.

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