Firmas

¿Ya no quedan caballeros? El hábito de entorpecer el análisis de los datos arraiga en el Gobierno

  • Apurar los plazos de publicación de estadísticas refleja falta de transparencia

El civismo es ese gran invento que, como decía Ortega, permite que los rasgos diferenciales del hombre, con respecto al resto de la fauna, consistan en algo más que en las capacidades de beber sin sed o estar en celo todo el año.

Pero, además, hablamos de una virtud que es crucial para que resulte digerible la convivencia, especialmente en ámbitos donde el enfrentamiento echa raíces espontáneamente , porque allí se encuentran carácteres y actitudes opuestos que necesariamente tienen que acabar rozándose.

La relación entre políticos y periodistas es de esa naturaleza; por ello, desde hace décadas, ambos colectivos hemos urdido una trama de pactos tácitos y sobreentendidos que ofrece a cada una de las partes el mínimo cuartel necesario para poder cumplir con su respectiva obligación.

Se trata de un código sutil que muchos dábamos por completamente interiorizado, y que proscribe ciertas prácticas, con la misma evidencia con la que la más elemental educación hace que escupir sobre la moqueta esté mal visto.

Desprecio

El límite lo marca el propósito de no mostrar desdén hacia la labor del contrario y lo que representa. Sin embargo, en lo que llevamos de esta legislatura, el Gobierno llega al extremo de hacer gala incluso de desprecio mediante prácticas cada vez más generalizadas, como apurar hasta el absurdo los plazos para publicar estadísticas oficiales.

Ayer mismo, Hacienda anunciaba que tendría listos (¡sobre las ocho de la tarde!) nuevos datos acerca de un tema tan delicado como los plazos de pago de las Administraciones a sus proveedores, de cuya publicación, finalmente, no informó.

Es sólo un ejemplo más de la intempestividad que lleva meses generalizándose en los ministerios de una manera sospechosa. Aquí parece latir algo más profundo que la simple desidia, y somos muchos los plumíferos que apreciamos en esta práctica un aire de familia con otros tics burdamente enemigos de la transparencia informativa, como los discursos ofrecidos a través de pantalla de plasma o las ruedas de prensa con preguntas pactadas de antemano.

Cifras mancas

Publicar una estadística en un momento u otro no es una mera cuestión de agenda. A estas alturas, todos deberíamos saber (y, desde luego, en el Gobierno lo saben) que cualquier cifra, por muy concreta que se muestre, es de por sí manca. Apenas muestra sentido alguno hasta que se ve engarzada en un determinado contexto, vestida por el desarrollo de su propia evolución, comparada con otras variables semejantes y, por supuesto, interpretada (¿a qué otra cosa nos dedicamos los medios?).

Desentrañar significados de una retahíla de números en bruto, para luego ofrecerlos al lector enmarcados en la valoración que merece, supone un cierto tiempo. En mi caso, como en el de tantos otros compañeros, llevamos ennegreciendo papel los años necesarios como para saber afrontar un análisis con la agilidad suficiente como para compensar la escasa tregua que el Ejecutivo nos da, merced a sus maneras actuales tan inoportunas de planificar publicaciones.

En consecuencia, vengo llorado de casa y no le pido a nadie que nos pase la mano por el lomo y nos haga la vida cómoda; simplemente quiero expresar añoranza por el abandono del nobleza obliga, del pacto entre caballeros que Gobiernos anteriores sí que respetaron.

No es más que nostalgia de un tiempo en el que, al menos, daba la impresión de que todavía existían caballeros.

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