Hoy hace cuatro meses desde que decenas de miles de personas se aglomeraron en la Plaza de la Independencia de Kiev para exigir elecciones anticipadas en Ucrania, lo que dio lugar a un conflicto que ha puesto en el disparadero la delicada situación energética de la UE y su futuro a medio plazo. En este debate, es central el rol de Rusia como compañero de viaje energético de la UE y el uso que hace de la energía para presionar políticamente a sus vecinos.
Rusia es, con diferencia, el primer suministrador de petróleo y gas de la UE, por lo que es imposible prescindir de él como partner energético en un futuro próximo. Ni siquiera está claro que, a más largo plazo, haya algún país productor de estos combustibles con la capacidad adicional necesaria para hacer frente a la demanda que Rusia abastece en la UE. Así que la pregunta inmediata es: ¿Cuál es el camino energético de Europa?
La solución no es ni fácil ni rápida. Rusia sabe que sus recursos, especialmente de gas, son fundamentales para la UE, ya que la producción autóctona está reduciéndose rápidamente. Según datos de Eurostat, desde 2004, cuando el Reino Unido pasó de ser exportador a importador de gas debido al agotamiento de los recursos del Mar del Norte, la UE ha perdido un 35% de su producción de gas natural. Al problema político hay que añadir los costes. El precio medio del gas natural importado de Rusia (precio frontera alemana) se ha prácticamente cuadruplicado en el periodo 2008-2013 respecto a 1996-2001, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI).
De seguir esta evolución, a finales de esta década los precios se podrían duplicar una vez más. Pero es improbable que se llegue a esos niveles: con seguridad unos costes tan altos de aprovisionamiento de gas ahuyentarán a los inversores, que preferirán desarrollar alternativas energéticas autóctonas. De hecho, esto ya está ocurriendo. La UE está empezando a moderar o incluso disminuir sus importaciones de gas debido a sus altos precios. Los datos de Eurostat muestran que esta tendencia se da en Europa desde 2010, mientras que en España las importaciones han empezado a disminuir a partir de 2008.
Y si hay un sector realmente afectado por los altos precios del gas importado es el eléctrico. La importación de gas de la UE-28 para generación eléctrica ha disminuido significativamente desde 2010, al reducirse un 24% el consumo para generar electricidad. Esto ha ocurrido por varias razones: la demanda eléctrica europea no ha aumentado, la generación con carbón sí lo ha hecho y la generación con energías renovables, también. De hecho, la eólica ha pasado de cubrir un 2% de la demanda eléctrica de la UE en el año 2004 a más del 8,4% en 2013. Es decir, que mientras el precio del gas ruso se duplicaba en esos nueve años, las inversiones hechas en eólica permitían que su aportación al consumo eléctrico europeo se multiplicase por más de cuatro. O lo que es lo mismo, cada MWh generado con el viento ahorra hoy a la economía europea en importaciones de gas cuatro veces más que en 2000.
Ante la doble problemática política y económica que supone la dependencia de las importaciones de gas, la generación con el viento se ha convertido en un factor fundamental para la seguridad energética y la sostenibilidad económica de la UE-28. Y los tres países europeos pioneros en eólica -Dinamarca, Alemania y España- se encuentran más a salvo que el resto de la volatilidad de los precios de los combustibles fósiles y de las políticas de los países productores de estos.
De hecho, en 2013 la eólica fue la primera fuente de electricidad de los españoles en un año completo, algo que nunca había ocurrido en ningún país del mundo. Y ha continuado siéndolo en los primeros cuatro meses del año. España es un ejemplo, sí. Pero más que por disponer de una importante red de plantas de almacenaje y regasificación, lo es por haber apostado en su día por una tecnología autóctona y haberla convertido en la primera tecnología del sistema.
Es más, a las muchas voces que se alzan en defensa del shale gas o gas de esquisto, que sin duda va a ser una de las claves de la independencia energética en Estados Unidos en los próximos años, hay que recordarles algo, además de que en Europa no hay los mismos recursos ni son igual de baratos que al otro lado del Atlántico: la tecnología para extraerlo procede de Estados Unidos. Y no podemos olvidar que la eólica es una tecnología europea, gestionada y exportada por empresas europeas, que utiliza un recurso europeo, que genera empleos europeos y paga impuestos en Europa, ayudando así a mantener la economía y los servicios en la UE 28.
Cuatro meses después del estallido del conflicto en Ucrania conviene no olvidar algunas cosas: como que Europa -en esta ocasión, con España a la cabeza- apostó en su día por la tecnología y la industria eólica para ir reduciendo su dependencia de países geopolíticamente inestables, como Rusia. Hoy la eólica es una realidad. Y no es el momento de desaprovecharla.
Heikki Willstedt, Director de Políticas Energéticas de la Asociación Empresarial Eólica (AEE).