Salvo algunos países de la ribera mediterránea, África es un continente desconocido en España. Las noticias se reducen, en lo fundamental, a los problemas de la inmigración. En lo económico, con excepción de Marruecos y Argelia, el resto casi no existe.
El África Subsahariana, tan rica en recursos naturales, no alcanza el 4% del total de las importaciones españolas, y casi la mitad es petróleo procedente de Nigeria. Las importaciones africanas se mueven alrededor de los 10.000 millones de euros y las exportaciones rondan los 5.000 millones. Muy poco para un continente que en el futuro tendrá una importancia clave en la economía mundial.
Sin embargo, son muchas las oportunidades del continente. Así lo ha reconocido China que disputa, especialmente con Francia, la construcción de infraestructuras en el continente; con la diferencia de que los chinos llegan sin la carga imperialista que tienen los europeos.
Estos días se han conmemorado los terribles sucesos del genocidio ruandés de 1994. Unas 800.000 personas de población tutsi fueron masacradas por los hutus entonces en el poder. Una circunstancia en la que tuvo mucho que ver el proceso de colonización europeo. Los hutus poblaban Ruanda procedentes de la región del Chad, cuando desplazaron a la población twa autóctona en la zona. Los hutus eran esencialmente agricultores y se distribuían en pequeños reinos.
Luego llegaron los tutsi procedentes de Etiopía. Se trataba de una población de ganaderos que se convirtieron con el tiempo en el grupo dominante. No era una raza muy diferente, como se ha querido expresar para justificar las matanzas de hace 20 años, ya que, aparte de sus diferencias de clase, ambas poblaciones llevaban siglos realizando matrimonios entre ellos, hablaban la misma lengua y tenían evidentes similitudes culturales.
Fue con la llegada de los europeos en el siglo veinte cuando se marcaron las diferencias. De hecho, según se cuenta, fueron los europeos los que dividieron a las dos etnias de acuerdo con el número de cabezas de ganado que poseían: los propietarios de diez o más vacas se les asociaba a los tutsi, mientras que los que poseían menos se clasificaban como hutus. Una distinción que luego, durante el genocidio, se demostró fatal para aquellos con mayores propiedades.
Un enorme desastre humanitario que venía larvado años atrás desde el inicio de la independencia de Ruanda en 1957. Entonces apareció el Manifiesto Hutu que demandaba libertad y democracia frente a la opresión que, al parecer, ejercían los tutsi.
Esto llevó a las importantes revueltas de 1959, que condujeron a un nuevo Gobierno hutu en 1962, después de que varias decenas de miles de tutsis fueran asesinados y unos 160.000 huyeran fuera del país. Lo que se repitió en 1964, con la crueldad de que una persona de la etnia hutu podía matar a su vecino tutsi sin ningún temor de represalias gubernamentales. Hoy, sin embargo, veinte años después, y olvidada la matanza de 1994, Ruanda es la muestra de que una nueva África se abre paso. Un país que, bajo el actual presidente, Paul Kagame, ha puesto en marcha el programa Rwanda Vision 2020, a fin de transformar un país de una economía agrícola en otro metido de lleno en la sociedad del conocimiento.
Con el objetivo adicional de mantener crecimientos del orden del 7% del PIB anualmente, para lograr tener 16 millones de habitantes al final del período, con una renta per cápita de 900 dólares, cuando en 2000 era de unos 220 dólares, y reducir la tasa de pobreza del 60,4% en ese año al 30% en 2020; fecha en que habrá subido la esperanza de vida hasta los 55 años, cuando en 2000 era de 49.
Se pensará que es muy poco para nuestros estándares de vida. Sin embargo, será mucho en términos relativos, especialmente porque el país dará el salto desde una pobre economía agrícola a una economía basada en el conocimiento. Todo ello en un solo salto, sin haber pasado como nosotros por los estadios intermedios.
Un nuevo fenómeno que, de manera similar, se dará en otros países africanos, con lo que tiene de novedad histórica y de potencial económico hacia el fin del presente siglo, donde África en su conjunto habrá alcanzado los 2.000 millones de habitantes, una gran mayoría jóvenes. Y es en este esfuerzo en el que Ruanda ha construido una torre de doce plantas -el Kigali City Tower- en su capital, donde se ha instalado un moderno hub de alta tecnología que ofrece avanzados servicios financieros. Una infraestructura tecnológica, con docenas de terminales y un sofisticado software proporcionado por Nasdaq, que viene a explicar cómo de manera rápida un pequeño país africano sin recursos naturales ha puesto en marcha una nueva y moderna economía cuyos frutos no se harán esperar.
A la vez que el país está inmerso en la instalación de una moderna red de fibra óptica de más de mil kilómetros y tiene en marcha la instalación de una infraestructura 4G que cubrirá el 95% del país. Importantes pasos que convertirán a Ruanda en uno de los países africanos más atractivos para los inversores. Algo que muchos ya han visto y que España, teniendo África tan cerca, puede ver cómo el continente negro se convierte de nuevo en una oportunidad perdida.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.