
En 1977 más de cien científicos de diversos países elaboraron bajo la dirección del Instituto Tecnológico de Massachusetts un profundo análisis sobre el futuro energético mundial. El informe, editado en forma de un libro de casi 300 páginas, tuvo el expresivo título de Energy: Global Prospects 1985-2000. Al indicio del mismo se hacía un sumario con diez conclusiones, la primera de las cuales indicaba taxativamente que "el suministro de petróleo no será capaz de responder a la creciente demanda antes del año 2000, lo más probable entre 1985 y 1995, incluso si los precios de la energía crecen por encima del 50% de los precios actuales".
Un aserto que daba credibilidad a lo ya estimado por el geofísico americano Marion Hubbert, que aseguró en 1971 que los países productores de petróleo alcanzarían su máximo de producción entre 1995 y 2000, para caer exponencialmente después. Cosa cierta, ya que muchos países sobrepasaron tal pico hace años.
Entre los países que han sufrido esta falta de petróleo y de gas, ha estado Estados Unidos, que alcanzó dicho punto a principios de los años setenta. Un hecho que, dado el enorme consumo que tiene ese país, ha ocasionado seguramente muchas de las tensiones geopolíticas que se han vivido en los últimos treinta o cuarenta años, con la consiguiente volatilidad de los precios de crudo. De manera que, en todo este tiempo, los países tradicionalmente productores de petróleo situados en Oriente Medio, otros como Venezuela y México, y nuevos entrantes como Indonesia, Nigeria o Angola, por poner unos ejemplos, han ido engrosando sus arcas de petrodólares al hilo de la necesidad casi insaciable que tienen los países avanzados del llamado oro negro. Dólares que, por otra parte, no les han servido de momento para hacer transformaciones profundas en sus economías, pues pensaban, quizás, que la situación duraría aún muchos años.
Sin embargo, casi de golpe, ha surgido una revolución energética que ha cambiado de manera dramática la situación. En sólo cinco años, de 2007 a 2012, la producción de gas en Estados Unidos ha crecido un 50% anualmente, de manera que lo que era una contribución del 5% al inicio del período, es hoy casi del 40%.
La causa está en dos novedosas tecnologías: la extracción horizontal, mediante la cual se es capaz de extraer el crudo que se encuentra en capas horizontales de pizarra, y la fractura hidráulica (fracking) que utiliza la inyección de un fluido a alta presión entre las rocas que contienen gas o petróleo, de manera que se estos se puedan extraer con facilidad y a un coste razonable. Técnica esta última que ha permitido multiplicar casi por veinte la producción local de petróleo en Estados Unidos.
Una circunstancia que ha convertido de nuevo a este país en una potencia energética, sobrepasando a Rusia como uno de los mayores productores de energía e, incluso, dentro de no mucho a Arabia Saudita.
Se trata de una nueva situación en el dominio de la energía a nivel mundial. Un elemento de poder que no se reduce únicamente a consideraciones comerciales, sino geopolíticas y, por tanto, geoeconómicas; en el sentido de que la energía se traduce en geoeconomía; es decir, en el uso de la economía como instrumento de dominio político a nivel global. Ya que a medida que el poder energético cambie de manos y los países tradicionales disminuyan su capacidad de influencia, el eje económico se moverá igualmente, penalizando a las economías de los actuales productores.
Sólo un dato: en 2012 los precios del gas en Estados Unidos se mantuvieron de media en los tres dólares (por millón de BTU: Unidades Térmicas Británicas), mientras que los alemanes pagaron once y los japoneses diecisiete. Pero no sólo eso. Con las mismas técnicas, Australia está ya a la altura de Qatar como el mayor suministrador global de gas natural licuado, y Estados Unidos y Canadá conjuntamente lo harán en pocos años.
No sería tampoco de extrañar que, dentro de no mucho, la poderosa OPEP (Organización de Países Productores de Petróleo) dejara de tener tanta influencia, para pasar a ser un segundo jugador en la fijación de los precios del petróleo a nivel mundial. Con el añadido de que dichos precios pudieran caer con la entrada de los nuevos productores. Así, países de Asia como Indonesia o Vietnam, los países de Asia Central, o los países sudamericanos o africanos ya aludidos, podrían entrar en una senda de decadencia, con el efecto que esto tendría en la actual composición de los países emergentes, muchos de los cuales podrían dejar de serlo.
Con un efecto dramático sobre la economía rusa, cuya capacidad de influencia en Europa podría verse mermada por la presencia de los nuevos productores de gas pizarra. Un país que ya empieza a sufrir los efectos de un precio de barril en el nivel de los cien dólares y que una bajada sensible haría más dramática su situación. Todo un vuelco que tendría sorprendentes efectos financieros sobre las inversiones que se derivan hacia los países emergentes y, de nuevo, con Estados Unidos, al que todos daban por un jugador detrás de China, que podría muy bien resurgir como la potencia global que siempre fue.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.