
A lo largo de este año se van a ir publicando muchos libros y artículos, que nos recordarán las atrocidades cometidas durante y después de la Primera Guerra Mundial. Esa guerra que a pesar de su crueldad no fue capaz de poner fin a todas las guerras. Las duras condiciones en las que se desarrolló formaron el telón de fondo de las revoluciones que en 1917 derribaron el zarismo en Rusia y llevaron a los bolcheviques al poder, y, unos años más tarde, prepararon el ambiente para la aparición del nazismo en Alemania.
Como consecuencia de esa guerra se inauguró una época de violencia en el interior de algunos Estados europeos y en las relaciones entre diversos Estados y alcanzó su cenit en 1945 con la Segunda Guerra Mundial, quizás más dura que la primera por contar con avances tecnológicos que permitían una todavía mayor eficacia destructiva.
Por desgracia, al terminar la Primera Guerra no había en Europa líderes de la talla de Monet, Schuman, de Gasperi y Adenauer, que podrían haber evitado la segunda catástrofe. Los líderes de entonces se preocuparon más bien de fomentar un nacionalismo reivindicativo, que decidiera el destino de Europa por la fuerza de las armas y así, en la derrotada Alemania, se preparó el triunfo de Hitler después del fracaso del liberalismo de los Gobiernos que firmaron la paz.
Aprender de las experiencias
Afortunadamente los líderes de la segunda postguerra supieron aprender de las nefastas experiencias del pasado y por eso decidieron orientar el futuro de Europa hacia una convivencia pacífica, democrática y estimuladora del bienestar de todos los europeos y no tanto hacia la prosecución de una idea imperial supranacional, colaborando con los países de otros continentes a desarrollar una cultura de respeto a todos los seres humanos. La realización de este propósito es lo que significa el proyecto de la Unión Europea. Con gran realismo se comenzó con los instrumentos que más inmediatamente podrían afectar a los ciudadanos y por eso se creó la Comunidad del Carbón y el Acero para mejorar las perspectivas económicas, pasando después a la institución del Mercado Común y asi sucesivamente se ha ido progresando hasta el paso definitivo de una Unión Política, cuya necesidad se ha planteado como consecuencia de la crisis financiera internacional, que ha tenido su origen en EEUU, fuera, por tanto, de Europa.
Es particularmente importante que se actualicen estos recuerdos y experiencias para las próximas elecciones al Parlamento Europeo del próximo mes de mayo. El proyecto europeo es de tal envergadura, dadas las diferencias culturales, tradiciones políticas y nivel de desarrollo de los 28 países que actualmente formamos la UE y de los 18, que hemos dado el atrevido paso de la Unión Monetaria, que nada tiene de extraño que se hayan cometido graves fallos durante el proceso integrador y que quizás se vayan corrigiendo con demasiada lentitud. Pero esto de ninguna manera justifica la actitud de esos partidos populistas antieuropeos, que parece quieren restaurar los nacionalismos del período de entreguerras.
¿Absentismo?
Y tampoco estaría justificado el absentismo o un planteamiento electoral, más preocupado de la situación de los partidos políticos dentro del propio país, como está ocurriendo ya en las campañas electorales de nuestros partidos, que de la formación de un Parlamento capaz de afrontar los nuevos desafíos ante los que se encuentra el proyecto europeo.
Los que estamos llamados a participar en esta cita electoral deberíamos tener muy clara la responsabilidad que nos incumbe, como ciudadanos europeos, de sintonizar con los líderes que quisieron evitar después de la segunda guerra que se repitieran los fracasos de la primera postguerra. Esta llamada de atención es particularmente importante por la amnesia que según Luuk van Middelaar, adjunto a van Rompuy y autor del libro El paso hacia Europa, ha provocado el transcurso del tiempo en las nuevas generaciones. No es exagerado, por tanto, afirmar que estas elecciones mostrarán si estamos a favor de una Europa unida y promotora del bienestar de todos, sean o no europeos, o por una Europa de las discordias y de los nacionalismos que terminen autodestruyéndose.
Eugenio M. Recio, profesor honorario de ESADE