Firmas

La infidelidad de Hollande

Poco después de que saltara a la prensa la infidelidad de Hollande con su compañera y primera dama de Francia, el Nobel Krugman publicaba un artículo sindicado que lleva por título en español Escándalo en Francia.

No se trataba, contra lo que parecía, de un relato frívolo de las andanzas amatorias del presidente de Francia, sino una crónica doliente de la constatación de que el socialdemócrata Hollande, que hizo una campaña electoral esperanzadora contra el monopolio en solitario de la ortodoxia de Bruselas, había arrojado la toalla y se disponía a pasar por las horcas caudinas de las políticas de austeridad y consolidación fiscal que dicta la señora Merkel.

A finales de diciembre, el Consejo Constitucional francés aprobaba definitivamente el superimpuesto por el que los salarios más altos tributarían hasta un 75% a cargo de las compañías que los pagaran; con anterioridad, el Consejo había echado atrás el impuesto en una versión en la que se aplicaba directamente a los contribuyentes. Esta medida era evidentemente simbólica y encaminada a crear conciencia sobre la necesidad de reducir el abanico salarial en aras de la equidad, pero Hollande debió pensar que ya se había ganado la etiqueta progresista, por lo que ya podía hacer impunemente concesiones a Bruselas, que le ha venido exigiendo lo mismo que a los demás socios del Eurogrupo: reformas liberalizadoras y recortes del gasto público para conseguir supuestamente más competitividad y garantizar el equilibrio presupuestario.

En efecto, en la misma conferencia de prensa del 14 de enero en la que era interrogado por su infidelidad, Hollande explicaba que su Gobierno, en un claudicante "pacto de responsabiildad", reducirá en 30.000 millones anuales las cargas laborales a las empresas y reducirá en 50.000 millones el gasto público en tres años.

La patronal ha mostrado euforia y Bruselas se ha apresurado a aplaudir: "Habíamos fijado un rumbo y estamos contentos de ver que las propuestas de ayer van en la misma dirección. Es una buena noticia", decía el portavoz del Ejecutivo comunitario Olivier Bailly.

Como es conocido, la lucha contra la crisis tenía dos enfoques posibles: las políticas de oferta, inspiradas por Bruselas y Berlín -y ancladas en la polémica ley de Say, según la cual toda oferta genera su demanda-, estaban encaminadas a facilitar la producción, la actividad empresarial, en un marco de rigor presupuestario y de bajos impuestos, y las políticas de demanda encaminadas a estimular el consumo incrementando la liquidez a disposición del público.

Europa ha optado por las primeras y los Estados Unidos por las segundas. Y Krugman critica con dureza que Hollande haya claudicado, ya que "todos los hechos demuestran que Francia está inundada de recursos productivos, tanto mano de obra como capital, que no se están utilizando porque la demanda es insuficiente. Como prueba, no hay más que fijarse en la inflación, que está bajando rápidamente. De hecho, tanto Francia como Europa en general se están acercando peligrosamente a una deflación similar a la japonesa".

Sortear la recesión

Krugman ha subrayado que Francia, aun con dificultades, había conseguido sortear la recesión mejor incluso que Alemania. El país, aviejado, necesita reformas que le devuelvan la competitividad perdida, pero no era en modo alguno indispensable, a su juicio, claudicar con las tesis del conservadurismo alemán, máxime estando a la vista los buenos resultados obtenidos por las políticas expansivas, keynesianas, de estímulo a la demanda en los Estados Unidos.

Así explica Krugman el escándalo Hollande, en que concentra su desilusión: "Durante cuatro años, Europa ha sido presa de la fiebre de la austeridad, con consecuencias desastrosas casi siempre; resulta revelador que la ligera recuperación actual sea recibida como si fuse un triunfo político. Dado el sufrimiento que han infligido estas políticas, uno habría esperado que los políticos de izquierdas exigiesen enérgicamente un cambio de rumbo. Pero en todos los rincones de Europa, el centro-izquierda sólo ha ofrecido, como mucho, críticas desganadas y a menudo no ha hecho más que achantarse sumisamente.

Cuando Hollande se convirtió en líder de la segunda economía más importante de la eurozona, algunos esperábamos que plantara cara. En lugar de eso, cayó en la sumisión imperante, una sumisión que ahora se ha convertido en descalabro intelectual. Y la segunda depresión de Europa no termina nunca".

Efectivamente, tras la gran coalición alemana, que ha puesto al SPD bajo la disciplina conservadora a cambio de algunas dádivas meramente simbólicas a la solidaridad, la rectificación de Hollande supone el hundimiento de la socialdemocracia europea. El célebre fin de la Historia está a punto de materializarse de la peor manera posible, al menos en el Viejo Continente.

Antonio Papell. Periodista.

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