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Los grandes negocios tienen mejores cosas que hacer que parlotear en Davos

  • Cuesta imaginar que tengan algo serio que decir sobre la desigualdad

Suele llegar un momento en que las organizaciones se hunden en la auto-parodia. Las charlas anuales que se inauguraron ayer en Davos han alcanzado ese punto este año, al escoger la desigualdad de ingresos como uno de sus temas principales. Cuando asistir a una conferencia cuesta 40.000 dólares y está compuesta íntegramente por personas cuya principal preocupación es si sus salarios se escriben con seis o siete cifras, cuesta imaginar que tengan algo serio que decir sobre la desigualdad, aparte de celebrarla.

Tras una espectacular trayectoria de cuatro décadas, la conferencia de Davos parece haber llegado a su fecha de caducidad. Los días en que los consejeros delegados conseguían aparentar que lo que más les preocupaba era resolver los problemas de la desigualdad, el calentamiento global, la sanidad o la educación ya son historia.

En sí, no tienen nada de malo pero parece presuntuoso suponer que quienes dirigen JP Morgan, Nestle o BP tengan mucho que aportar sobre esos temas.

Cierto aire ridículo

En la próxima década, los consejeros delegados tendrán que enfrentarse a asuntos mucho más urgentes, como defenderse de las subidas de impuestos, de la exigencia de subir el salario mínimo, del descenso de los beneficios y de la competencia incesante de los países en desarrollo. En Davos nunca se ha hablado de eso. Peor aún, otras organizaciones nuevas, como TED, han crecido en importancia. Sus días de relevancia se han acabado ya. Los grandes negocios tienen cosas más importantes que hacer que parlotear en Davos.

Al Foro Económico Mundial, para darle su título entero, siempre se le ha asociado cierto aire ridículo. Ha sido un blanco fácil para las críticas. Los grandes consejeros delegados del mundo y un ejército viajero de parásitos, desde banqueros a asesores de dirección, pasando por directores de relaciones públicas, vuelan hasta un lugar recóndito en los Alpes suizos donde se les hace aparentar tener más importancia de la que realmente tienen.

Unos cuantos presidentes y primeros ministros tirados por sus votantes se añaden al paquete para que no falte de nada. Y, en los años buenos, hasta se presenta Bono.

Hubo un tiempo que Davos tuvo sentido

Los temas de debate van desde lo aburrido pero noble (como la importancia del agua limpia para el mundo en desarrollo) hasta lo incomprensible. Este año, por ejemplo, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, dirigirá un debate sobre el Dinamismo resiliente (por oposición, supuestamente, a la resiliencia dinámica). Otros debates se titulan: Navegando hacia una economía circular y El contexto de los valores. Si averigua lo que significan, es más listo de lo que se cree Lagarde. Aun así, por fácil que sea el chiste, hay que reconocer que Davos tuvo cierto sentido. Era una organización gestionada impecablemente y capturó el ánimo de un momento concreto. Importaba porque la gente así lo pensaba, pero ese momento ya ha pasado.

Hay dos razones principales por las que Davos ya no es la fuerza que solía ser entonces. En primer lugar, adquirió importancia en lo que ahora parece una época fácil. La gran moderación, como llaman los economistas a las dos décadas previas a la crisis financiera de 2008, fue una carrera ininterrumpida de beneficios corporativos en aumento, dinero barato y abundante, mercados de bonos en alza, economías en expansión e inflación baja.

Tal vez sea extremo describir la gestión de una gran corporación como una tarea fácil, pero aquellos años fueron los más fáciles de todos. Los hombres y las pocas mujeres que dirigían las grandes multinacionales podían entretenerse felizmente con tareas como el fin de la discriminación contra la mujer o la erradicación de una o dos enfermedades porque, en realidad, el trabajo diario no era excesivamente exigente.

Ahora todo ha cambiado. En la década que viene, dirigir una gran corporación en EEUU o Europa será mucho más difícil. Los beneficios corporativos han alcanzado su máximo en tres décadas en proporción de la renta nacional, aunque cuando se llega a un nivel extremo, lo lógico es volver a bajar rápidamente. Y no hay ningún motivo para pensar que los beneficios corporativos se libren de esa regla.

Los días fáciles son historia

Los impuestos corporativos están a punto de subir y es posible que lo hagan bruscamente. Los gobiernos, sin efectivo, no van a tolerar para siempre que las grandes corporaciones desvíen gran parte de sus rentas a entidades fantasma en algún paraíso fiscal. Si las leyes tributarias se aplican más estrictamente, las corporaciones tendrán menos beneficios. Los salarios mínimos suben por todas partes a medida que se reducen los de la gente corriente.

En el Reino Unido, hasta un gobierno conservador de centroderecha prevé aumentarlos. ¿El resultado neto? Los días fáciles son historia. Las conversaciones como Davos nunca han tenido mucho que decir sobre la ardua tarea de incrementar los beneficios empresariales y ganar más dinero para los accionistas en una economía de bajo crecimiento y cargada de deuda, pero eso es lo que les preocupa a los asistentes.

Otro asunto igual de serio es que están surgiendo otros eventos. Las conferencias TED (tecnología, ocio y diseño, en sus siglas inglesas), que pueden verse por Internet, parecen mucho más modernas que un montón de hombres trajeados en un hotel elegante de Suiza.

En Europa, las conferencias Thinking digitally ganan terreno rápidamente como alternativa, al igual que las nuevas conferencias en Estados Unidos. Davos está dominado por la banca de inversión, las multinacionales manufactureras y las asesorías de dirección.

Ya no es aquella organización que dictaba la meteorología cultural y económica. Apaleados por las demandas y rescatados por los gobiernos, los bancos no tienen mucho derecho de liderazgo ni tampoco las grandes empresas. Cada vez más, Davos parece una reunión analógica en vez de digital.

Davos puede soportar las acusaciones de prepotencia. La acusación de autosuficiencia también puede desecharse pero ¿la de irrelevancia? Ésa va a ser mucho más dura de asumir. Tal vez este año estalle la burbuja y Davos vuelva a ser lo que fue en un principio: una estación de esquí cara pero no muy emocionante, ignorada sabiamente por la prensa internacional y las cadenas de televisión. La pasión se ha ido a otra parte y, si son sinceros con ellos mismos, los hábiles marca-tendencias del Foro Económico Mundial ya se habrán dado cuenta.

Matthew Lynn, director ejecutivo ce la consultora londinense Strategy Economics.

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