Firmas

El juego de los valientes

  • No parece el momento de jugar a James Dean con una consulta soberanista ilegal
Imagen de Thinkstock.

La carrera cinematográfica de James Dean, aquel rebelde sin causa, fue tan rápida como el coche que conducía cuando se estrelló. El actor murió mientras jugaba a ser el más valiente. En una carretera larga y recta, con una raya blanca en medio, dos coches veloces se dirigen uno hacia el otro desde lados opuestos. Cada coche debe mantener las ruedas de un lado siempre encima de la raya blanca. A medida que se acercan, van a chocar. Quien primero gire y se aleje del otro, pierde el juego y se convierte en un cobarde. El otro gana.

La versión geopolítica de ese juego de adolescentes machitos es la consulta soberanista de Cataluña. El tema de ese juego político es demostrar -no se sabe muy bien a quién- que tiene la razón quien no se aparte y el objetivo es que sea el otro el que gire y... pierda la razón. En esa versión del juego, además, los coches se sustituyen por grandes autobuses llenos de pasajeros, muchos de los cuales, no quieren jugar.

La política de llegar al límite

La política de llegar al límite en el planteamiento independentista puede hacer que llegue un momento en que cada uno de los pilotos deba decidir por sí mismo si se aparta o no. Lo peor que puede ocurrir es que ninguno se aparte. En ese caso, ambos chocarán con resultados nefastos. La situación siguiente a la peor es que uno de los dos se aparte. Quien lo haga será un cobarde y perderá la razón, pero es mejor que el choque, desde varios puntos de vista. Y por último, existe otra opción, que consiste en que ambos jugadores se aparten. Se evita el choque, ninguno puede acusar al otro de no tener razón y ambos conservan sus coches y su vida.

Esta postura racional, que ha sido muy frecuente en España -y esto quiere decir también en Cataluña- durante la historia reciente y no tan reciente, no parece ser ahora la opción que se está eligiendo, a pesar de ser la más lógica. Y ello es así porque alguien se ha dado cuenta de que una postura irracional en este juego concede muchas ventajas para ganar.

Por ejemplo, si el otro piloto acelera hacia donde usted conduce y arranca el volante y lo tira a la carretera o usted es informado de que es un suicida que desea morir, usted pensará que el otro no se apartará en ningún caso. Usted no cuenta ya con la posibilidad de que él gire y ya no jugará considerando qué hará el otro: él no va a apartarse. Todo depende de lo que usted decida. Y el otro piloto confía en que sea usted el jugador racional y... se aparte, para que él gane.

A nadie se le oculta que, en la versión geopolítica española del absurdo juego adolescente, ninguno de los pilotos es irracional. Muy al contrario, todos sabemos que ambos son inteligentes, al menos, en la media de referencia para el país. Lo lógico es que adopten, por tanto, la solución racional. Pero si cada uno se comporta como si hubiera arrancado el volante, se plantea ahora el juego de fingir quién está más loco y dejar claro el uno al otro que no se apartarán. Pero parecer loco o ciego es una opción que puede ser practicada por los dos jugadores. En ese caso, si eso ocurre, probablemente ambos tendrán que actuar como si fueran irracionales y optarán por la peor de las soluciones: el choque.

Optar por el choque y chocar efectivamente -recordemos, se trataba de demostrar quién tiene razón- sólo porque se cree que será el otro quien se aparte, es la peor opción y además deja a ambos sin tener razón de ningún tipo. Especialmente si, en este 2014, ya no hay ningún lugar habitable al Este del Edén o si, en plena crisis económica global, en este preciso contexto coyuntural tan difícil para el mundo, no parece el momento de jugar a ser James Dean con una consulta soberanista ilegal. Hoy merecen la pena otras rebeldías con más causa.

Juan Carlos Arce, profesor de Derecho del Trabajo y Seguridad Social.

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