
Una de las críticas mas comunes y persistentes al Gobierno, además de por los recortes, estos mucho más preocupantes, han sido las subidas de impuestos, fundamentalmente el impuesto sobre la renta de las personas físicas (IRPF) y el impuesto sobre el valor añadido (IVA). Pero tal vez la mayor crítica o, por lo menos, la más sonada, ha sido la que tiene que ver con la subida del IVA a las entradas de cine al 21%, lo que sitúa el precio de la entrada en unos 9 euros de los cuales en torno al 1,6 sería el importe del IVA que, por otra parte, es el tipo más general que se aplica a toda clase de transacciones.
La subida del IVA sobre las entradas de cine ha sido demagógicamente criticada por el lobby de directores y actores más mediáticos, crítica jaleada por los medios de comunicación afines. Este lobby ya nos tiene acostumbrados a sus campañas igualmente demagógicas en pro de excepciones culturales, cuotas de pantalla y todo tipo de subvenciones reales o encubiertas a favor del cine español, pasando por alto un pequeño detalle, que a la gente le gusta el buen cine con independencia de que sea español o de cualquier otra nacionalidad.
Pero lo que nos interesa aquí es el análisis de los precios de las entradas de cine y su relación con el número de espectadores que acuden a las salas. Pues bien, tenemos que resaltar dos cosas. La primera, que al precio de nueve euros la entrada las salas están medio vacías, mientras que los días que se bajó el precio de las mismas a tres euros las salas estaban abarrotadas y se formaron colas kilométricas en todas las salas. Esto nos advierte que el precio de nueve euros es demasiado alto y sólo un colectivo muy reducido está dispuesto a pagarlo por ver una película, y las exhibiciones acarrean pérdidas que explican el cierre progresivo de las salas; pero también que los tres euros que llenan con creces las salas no son suficientes para cubrir costes a pesar de que a este precio la recaudación sea muchísimo mayor.
La experiencia de las bajadas de precios, tal vez como protesta de los propietarios de las salas, ha puesto de manifiesto que la elasticidad de la demanda de entradas de cine con relación al precio es muy alta. La elasticidad de la demanda respecto al precio nos explica cómo varía la demanda de un bien ante variaciones en el precio de dicho bien.
Pues bien, cuando la demanda es elástica, responde fuertemente a los cambios del precio como ha demostrado el experimento realizado con la bajada espectacular del precio de las entradas del cine. Ahora bien, tal vez ni los nueve euros que deja las salas medio vacías, ni los tres que las abarrota y produce colas sean capaces de cubrir costes, con lo cual parece que los propietarios de las salas debieran calcular un precio intermedio, pongamos unos seis euros por entrada, que aunque queden algunos asientos vacíos pueden cubrir con creces los costes.
Estas reflexiones sólo intentan responder a problemas que, si no existieran, no tendrían el más mínimo sentido, y tiene que ver con la exigencia de privilegios en forma de subvenciones para unos pocos y que tenemos que soportar los contribuyentes, lo que supone que cada vez que vamos al cine tengamos que volver a pagar aquello que ya habíamos pagado vía impuestos.
Muy raras veces las subvenciones están justificadas porque, además de suponer un coste adicional para los contribuyentes en éste, como en la mayoría de los casos, lo que hacen es mantener en el mercado a ineficientes y perezosos frente a quienes saben hacer las cosas mejor y son más eficientes. Desde las tristemente famosas industrias nacientes -infantiles que nunca llegarían a madurar, como puso de manifiesto John Stuart Mill- no han dejado de proliferar pretextos para justificar lo injustificable en el ámbito de las subvenciones.
Victoriano Martín, Catedrático de Historia del Pensamiento Económico Universidad Rey Juan Carlos.