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¿Va demasiado lejos el BCE? Lo que un banco central sensato debería hacer

El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.

¿Está mutando otra vez la crisis económica en Europa? Si los temores de la deuda están siendo suplantados por el peligro de deflación, como sugieren los últimos datos, al Banco Central Europeo le va a costar mucho detenerlos y nada indica que esté a la altura de conseguirlo.

Las cifras son alarmantes. La inflación básica (el índice de precios de consumo sin los precios volátiles de los alimentos y la energía) de la Eurozona cayó a un ritmo anual del 0,8% en octubre (su mínimo en 47 meses), mientras los precios de los productores se hundían un 0,5%, lo que apunta a que la deflación ya es inminente en la economía europea.

Por su parte, el crecimiento anual de la oferta monetaria M3 bajó al 1,4% en octubre, de un ya pésimo 2% en septiembre, mientras los préstamos al sector privado se contraían un 2,9% interanual. Es sorprendente que lo único que se le ocurriera al BCE en su reunión de diciembre fuera quedarse de brazos cruzados.

¿Qué debería hacer?

¿Qué debería hacer un buen banco central? Para empezar, centrarse en mantener unas condiciones monetarias óptimas y dejar negociar la condicionalidad política con los gobiernos. El mandato principal de un banco central es contener la inflación a unos niveles adecuados, no negociar reformas estructurales con países como Grecia, tarea que es mejor dejar a la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional.

Igualmente, el programa de operaciones simples monetarias (OMT), anunciado tras la promesa de "hacer lo que haga falta" del presidente Mario Draghi en el verano de 2012, es como mucho una distracción.

Aunque un banco central debe garantizar el correcto funcionamiento del sistema de pagos y financiero, no tiene sentido que esa tarea dependa de que los gobiernos negocien un programa de reformas con el fondo de rescate de la Unión Europea, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), como es el caso de las OMT.

El compromiso de mantener la integridad del sistema de pagos debe ser incondicional. Si el BCE concluye que el pánico de los inversores está amenazando la integridad del sistema de pagos mediante la venta de bonos de algún estado miembro, tiene que intervenir comprando esos bonos en el mercado secundario, con o sin acuerdo del MEDE.

El vínculo del MEDE está pensado para tranquilizar al público alemán en cuanto a que el BCE no intervendrá indiscriminadamente pero también genera incertidumbre y retrasos, e impide que el BCE actúe como un verdadero prestamista de último recurso. La opinión pública alemana también impide que el BCE recorte los tipos de interés y amplíe la oferta de dinero y crédito. Como siempre, está el miedo arraigado alemán a superar la inflación, junto con la creencia de que demasiado crédito fácil debilita las presiones de reforma para los países del sur de Europa. Aun así, un banco central sensato no debería alimentar miedos irracionales sobre la inflación en lo que es, de hecho, un entorno deflacionario, de la misma manera que no compete a un banco central independiente apretar los tornillos de la reforma fiscal y estructural.

¿Qué está haciendo?

Por desgracia, el banco central de Europa está haciendo las dos cosas. Estamos presenciando un espectáculo impropio de las dudas del BCE a recortar los tipos de interés por el temor de que, agotadas las políticas convencionales, se vea obligado a adoptar medidas no convencionales como la flexibilización cuantitativa, que chocaría todavía más con la opinión pública alemana.

Es lógico que al BCE le preocupe su imagen pública pero si a sus líderes les importan las consecuencias para su reputación de adoptar una política no convencional, deberían pararse a pensar en el daño mucho mayor que se producirá si dejan que la economía se hunda en una trampa deflacionaria de la que sería difícil (si no imposible) escapar.

El argumento de más peso contra la flexibilización cuantitativa es que las compras de títulos carecerían de efecto, dado el sistema financiero de Europa, basado en la banca. Pero eso no es una excusa para la inacción. Al contrario, favorece un modelo alternativo, al estilo del plan del Banco de Inglaterra de financiación del crédito, en que el BCE ofrezca a los bancos financiación barata durante doce meses, por ejemplo, si aceptan aumentar sus préstamos al sector privado por un importe equivalente.

El peligro de la financiación del crédito son sus efectos secundarios. Gran parte del dinero ofrecido en el Reino Unido inundó el mercado inmobiliario en lugar de destinarse a las pymes. El Banco de Inglaterra ya lo ha corregido, anunciando que dejará de financiar hipotecas. El BCE podría seguir su ejemplo, con un programa de financiación del crédito que lo canalice a sectores empresariales necesitados.

En segundo lugar, está el peligro de que los bancos europeos más débiles concedan préstamos de riesgo cuando deberían reducir el riesgo de sus carteras. Aquí, será importante que el BCE trabaje codo a codo con los supervisores nacionales hasta que adquiera el poder, el año que viene, de supervisar directamente los 130 bancos europeos más grandes. Además, la inminente revisión de calidad de activos y las pruebas de estrés de los bancos, si son suficientemente rigurosas, podrían dar garantías de que los bancos que reciban financiación barata del BCE están correctamente capitalizados. Eso es lo que un banco central sensato debería hacer. Por desgracia, hasta ahora el BCE no ha dado muestras de serlo.

Barry Eichengreen, Profesor de Economía y Ciencias Políticas en la Universidad de California, Berkeley.

© Project Syndicate, 2013.

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