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El mercado más odiado del mundo: Rusia

  • La corrupción todavía es endémica y dificulta la aparición de nuevas empresas
  • Si los precios caen, Putin tendrá que liberalizar la economía aunque no quiera
Imagen de Thinkstock.

¿Cuál es el mercado más odiado del mundo en estos momentos? Son muchos los candidatos. Japón sigue esforzándose por salir de dos décadas de recesión, el mercado de EEUU parece estar muy bien para un país cuyo banco central tiene que bombear estímulos de emergencia en la economía todos los meses y los valores de la zona euro parten del supuesto de que la moneda única sobrevivirá, lo que no es en absoluto seguro. Los inversores tienen muchos motivos para preocuparse por cualquiera de ellos.

Pero el mercado más odiado del mundo es Rusia. Según los cálculos de Goldman Sachs, en el mercado ruso se comercia a la mitad del nivel del chino y a menos del 40% de la media de los mercados emergentes. Es el más barato de los 21 principales mercados emergentes. El índice MICEX de referencia está anclado en 1.500, muy por debajo del cierre máximo de 2.000 que alcanzó allá por 2007.

No todo es negativo

Es cierto que hay muchos motivos para que no nos guste Rusia y no se trata sólo de la naturaleza hostigadora y autoritaria de su gobierno. El crecimiento amaina, todavía depende peligrosamente de su industria petrolera cuando el precio de la energía cae, tiene una demografía horrible, la corrupción es endémica y ha demostrado muy poca capacidad para crear la economía diversificada que han construido otros mercados emergentes. Sin embargo, no todo es negativo. Rusia cuenta con una mano de obra cualificada, un potencial enorme para ponerse al día con el mundo desarrollado, unas finanzas estatales sólidas, baja fiscalidad y unas infraestructuras en mejoría. Es el mercado en crecimiento más barato del mundo y los inversores deberían fijarse en él.

En estos últimos meses, Rusia no ha escatimado en dar motivos para el pesimismo. La primera década tras el derrocamiento del comunismo vio un crecimiento relativamente rápido, aunque esa explosión de energía parece haberse agotado en su mayoría. El crecimiento ruso estuvo propulsado principalmente por la expansión de sus industrias del petróleo y el gas, ayudadas por el aumento de los precios de la energía. Ahora que el petróleo cae aparecen los problemas y, si Europa consigue desarrollar el gas de esquisto (hay mucho en el Reino Unido, Francia y Polonia), la situación de Rusia será todavía peor. Este año, la economía apenas se expande a un ritmo del 1,2%, muy por debajo de los pronósticos. La inflación sigue siendo alta, de más del 6%, e impide al banco central recortar intereses para infundir algo de vida en la economía.

La corrupción todavía es endémica y dificulta la aparición de nuevas empresas y mercados realmente competitivos. Por último, la baja natalidad y el alto índice de mortalidad hacen que la población disminuya un 0,5% al año. A cualquier economía le cuesta crecer cuando cada vez hay menos gente -pregúnteselo a los japoneses-. Nada de eso favorece a largo plazo.

El mes pasado, el ministerio de economía rebajó su previsión del crecimiento medio anual de aquí a 2030, del 4% a sólo el 2,5%. Es el ritmo que se asociaría con una economía madura como Alemania o el Reino Unido, y no con un mercado emergente que debería seguir creciendo rápido. Desde luego, no parece merecerse un sitio junto a los otros BRIC (Brasil, India y China), que se suponían ser los líderes del crecimiento del siglo. Esas tendencias pésimas se confirmaron con las cifras PMI publicadas el lunes, que se situaron por debajo de la referencia de 50 por la ralentización adicional de la producción en noviembre.

Y todo eso se refleja en el mercado bursátil. El índice moscovita ha perdido terreno frente a casi todos sus rivales en el mundo y ahora se comercia a niveles de saldo. Goldman Sachs sitúa el índice MICEX a sólo 4,2 veces las ganancias previstas este año, frente a las 8,6 veces del índice de Shangai y 10,5 del índice de mercados emergentes MSCI. A esos niveles, el consenso parece ser que Rusia desaparece en un abismo económico y lo único sensato es mantenerse fuera.

Pero el pesimismo podría ser exagerado. Con todos sus problemas (que son muchos), sigue habiendo cosas buenas en Rusia. Tiene una mano de obra cualificada y una historia técnica brillante, como sabrá cualquiera que recuerde la carrera espacial durante la Guerra Fría. Su índice de alfabetización supera al de China y Brasil, según una investigación de Renaissance Capital. Más del 50% de la mano de obra tiene estudios superiores, por encima de Brasil o la India. Las conexiones de móvil y banda ancha son las mayores de los mercados emergentes. Rusia tiene un sector puntero tecnológico que todavía no ha emergido del todo pero no hay ninguna razón para lo que no lo haga.

La deuda del país es increíblemente baja en términos internacionales. La deuda del gobierno apenas llega al 10% del PIB (la mayoría del mundo desarrollado no puede esperar unas cifras así en un futuro próximo). Hay mucho margen para que el gobierno pida prestado y gaste si es necesario. Además, la deuda personal también es muy baja, en parte porque el sistema bancario está relativamente subdesarrollado. La deuda de los hogares es de sólo el 3% del PIB. Tal vez no sea una buena idea subirla a los niveles de otros países como el Reino Unido (del 84% del PIB actualmente) pero si aumentase a los niveles de China o Polonia (16% y 20% del PIB, respectivamente), representaría un impulso enorme para el gasto.

Por último, la reforma renquea. A Vladimir Putin no le gusta liberalizar nada, la economía tampoco, pero si los precios siguen cayendo, al gobierno no le quedará más remedio que actuar. Si la economía se libera, el crecimiento podría acelerar enseguida.

El problema de Rusia es que todavía no ha conseguido desarrollar una economía industrial diversificada. Depende de la energía. Rusia no fabrica nada que el resto del mundo quiera comprar pero que no lo haya hecho hasta ahora no significa que no pueda hacerlo, sino que está tardando más de lo esperado. Actualmente, el mercado bursátil ruso supone que la economía está prácticamente muerta. Es una exageración y si resucita, las valoraciones actuales parecerán ridículamente baratas.

Matthew Lynn, Director Ejecutivo de la consultora londinense Strategy Economics.

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