
El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, candidato a la presidencia de la CE por el PSE en las próximas elecciones europeas de mayo -ha sido elegido sin oposición con el apoyo de 19 de las 32 familias socialdemócratas europeas-, intervino el pasado 15 de noviembre en el Congreso del SPD con una arenga muy razonable: "Los ciudadanos europeos miran al SPD" con la esperanza de que el próximo Gobierno alemán, que será de coalición con la CDU-CSU, "combine la consolidación presupuestaria con inversiones en crecimiento y en combatir el paro".
Efectivamente, este designio no sólo es una ambición progresista sino una exigencia de europeidad que tiene que plantear toda la Unión a Alemania, para poner coto a su comportamiento introspectivo que está impidiendo el despegue europeo. Como explicaba Paul Krugman, el Departamento del Tesoro norteamericano ha publicado un documento en el que se asegura que el superávit por cuenta corriente de Alemania es nocivo e introduce "un sesgo deflacionario en la Eurozona, así como en la economía mundial".
El Nobel norteamericano ha llegado a comparar este fenómeno con el llamado síndrome de China, que lograba un gran superávit gracias a la infravaloración de su divisa; este año, Alemania alcanzará a China, con un superávit del orden del 6% del PIB; sólo en septiembre, el superávit alemán ya alcanzaba un nuevo récord, 19.700 millones de euros, un 8% más que en el mismo mes del año anterior.
Explica Krugman que hasta la llegada de la crisis, el superávit alemán se debió a que este país financiaba los fuertes déficit de los países del sur, con lo que la balanza comercial de Europa en su conjunto guardaba un cierto equilibrio; sin embargo, al sobrevenir la crisis, que obligó a los países sureños a contener sus déficits, el superávit alemán se mantuvo. Un comportamiento equivalente a exportar deflación a los otros países de su ámbito comercial.
La consecuencia -según el Nobel de Economía- ha sido que la resistencia de Alemania a frenar este desequilibrio ha incrementado el coste de la austeridad, y el hecho de que Europa en su conjunto mantuviese grandes superávit comerciales, ha reforzado la escasez de demanda y contribuido a acentuar la depresión global. En ese entorno, "el superávit comercial hace que el gasto se desvíe de sus bienes y servicios a los suyos, y de esta manera les arrebata el trabajo". En otras palabras, como ha escrito el periodista Rafael Poch, lo que Alemania exporta de más, sus socios lo exportan de menos.
Lo ha visto el Süddeutsche Zeitung: "Según la canciller, cuando todos los países de la Eurozona sean competitivos se habrá acabado la crisis, pero un mundo en que todos los estados exportan más de lo que importan no puede ser, lo que significa que también Alemania debe hacer algo para que a los demás les vaya mejor". Este relato permite entender qué ha significado que la CE se haya decidido a expedientar a Alemania por "excesivo superávit exterior". La alerta europea se suma a las protestas del G-20, el FMI y de EEUU.
Las medidas que la CE exige a Alemania son de manual: un salario mínimo; más inversión pública, incentivos a la inversión privada y reformas en el sector servicios. Además, para que se anime la demanda interna habría que reducir los impuestos más altos y las cotizaciones para salarios bajos. Los sindicatos, por su parte, también deberían presionar al alza en la reconquista de derechos y salarios.
En cualquier caso, los alemanes, que han marcado las pautas de la construcción continental, ya se cuidaron de tomar precauciones contra los derrochadores que decimos estas cosas: el Tratado de Estabilidad y Crecimiento sanciona duramente los déficit excesivos pero nada dice de los superávit desaforados. Quien hace la ley, hace la trampa.
Antonio Papell, periodista.