Firmas

Cuando la energía es la clave de la industria

Dicen ahora que el dinero, que viene ?de todas partes?, ha empezado a asomarse por España, añado yo que timoratamente. Eso sí, por el momento se le ve sólo por las alturas financieras y más bien vislumbrando oportunidades más cortoplacistas que contantes y sonantes inversiones a medio y largo plazo, que sería lo que verdaderamente nos hace falta y lo que nos daría impulso para emerger.

Por ello, y sea como fuere, es el momento de abordar políticas y señales para que ese dinero que está entrando en el país se fije, -esta vez sí-, en actividades de la economía real. Es decir, en actividades verdaderamente productivas que generen empleo estable y riqueza a medio y largo plazo, que conlleven innovación y que contagien de dinamismo al entorno. Para esas actividades contamos con grandes capacidades y potencialidades, contamos con nuestros industriales, porque, señores, les estoy hablando de la Industria Española.

La industria manufacturera es la mejor oportunidad que tenemos para generar nuevos puestos de trabajo y potenciar los más de dos millones de empleos directos que ésta mantiene aún. Un claro ejemplo de cómo resultar ser la ganadora en la competencia por la producción y exportación internacional nos lo está dando el sector del automóvil y es que, cuando la acción de Gobierno se realiza al unísono con las asociaciones sectoriales y las empresas, está claro que las sinergias resultantes son muy fuertes y capaces de vencer cualquier resistencia para acometer las políticas y las medidas que se necesitan.

En este país, el empeño industrial para producir acero, alimentos, productos químicos, cerámicos, papeleros, metálicos, cemento, minerales, combustibles, textiles, tableros y un largo etcétera, para luego exportarlos a los mercados internacionales de todo el mundo, choca con un aspecto vital para la industria española: su baja competitividad en relación a los precios energéticos que soporta.

Y ello es así porque inmersos en este gravísimo follón reformista, la situación de pérdida de competitividad energética de la industria se ha producido rápidamente, en apenas unos años en los que gobiernos y reguladores del sector eléctrico y, en menor medida del sector gasista, no han sabido, o no han podido, completar el desarrollo de los mercados, sus reglas y la introducción de competencia realmente efectiva. Con el resultado de que han sido desbordados por el comportamiento de los agentes y de las Administraciones o instituciones involucradas.

Pues bien, ahora que ya parece que puede pasar de nuevo la deseada locomotora de la inversión y de la reactivación económica, tenemos que poner todo nuestro empeño en subir a ese tren a nuestra industria manufacturera y para ello se requiere fundamental y básicamente una política energética al servicio de la industria.

Casi dos años después de que el Gobierno del Partido Popular iniciara la reforma energética, y reconociendo su encomiable trabajo para tratar de salir de una situación de partida casi límite y, además, asumiendo que estemos en ciernes de la estabilización económico-financiera de manera meta estable, permítanme que considere que las principales actuaciones están aún por acometer, que se ha hecho muy poco y que se necesita mayor profundidad, mayor rapidez y un carácter mucho más estructural en el enfoque. Si estoy convencido de que queda todo por hacer, es porque al día siguiente de la estabilización económica nuestra industria seguirá teniendo un enorme gap de competitividad energética con su competencia europea y más con la americana. Ello suponiendo que se logren mantener y renovar las dos únicas herramientas de competitividad energética industrial con que cuenta una parte significativa de nuestra industria, esto es: la interrumpibilidad y la cogeneración.

Más allá de eso, la única vía de mejora en la situación de nuestros sistemas energéticos y su economía asociada es que la demanda de electricidad y gas natural crezca, generando valor económico y trabajo, y sólo la industria está en disposición de hacerlo. Pero para que la demanda industrial energética crezca, estabilice y potencie los sistemas energéticos, tiene que ser mucho más competitiva.

La competitividad de la energía no es sólo un tema de precio -qué también, porque de 80 euros por megavatio hora de la industria española a 35-40 euros por megavatio hora de la de otros países europeos es mucha pérdida de competitividad-, atañe a los cambios estructurales de mercados y reguladores, reglas de funcionamiento, agentes, reparto de costes e ingresos, regímenes fiscales e impositivos y otros cuya agenda debe cumplirse acertadamente y con celeridad al son de la recuperación que se anuncia.

Debe apoyarse el crecimiento de la industria y para ello es necesario hacer competitiva la energía que consume. Necesitamos, además, que el flujo monetario que está llegando perciba seguridad y oportunidad de invertir en la industria, en la economía real.

España se juega una parte vital de su competitividad, actividad económica y empleo. Así las cosas y a ellas debe ponerse remedio. Se trata, en primer lugar, de establecer con carácter de Estado una misión prioritaria, inexcusable y urgente a la política energética: lograr una energía competitiva para la industria. La visión que la acompaña es conseguir un sólido y continuado crecimiento industrial y del empleo, potenciando las herramientas actuales y desarrollando nuevas iniciativas y compromisos para convertir a España en un país verdaderamente competitivo en costes energéticos para la industria. Ese será el inicio de un nuevo futuro, de un buen futuro para el país. Esperemos poder verlo pronto, la industria está dispuesta a hacer su parte del trabajo.

Javier Rodríguez, director general de la Asociación Española de Cogeneración (ACOGEN)

Tribuna de opinión incluida en la edición de octubre de la revista Energía de elEconomista. Suscríbase gratis.

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