
El sistema financiero español se ha estabilizado y todos nos tenemos que felicitar por ello. En el futuro hará su aportación transformando el ahorro en crédito. Actualmente se está transformando en un parásito de sus clientes a los que les extrae fuertes comisiones y grandes márgenes financieros en cuanto tiene oportunidad. De algún sitio tienen que salir los beneficios para pagar tanto quebranto.
Los resultados de la banca nos indican bien a las claras la transformación del negocio bancario en los últimos años: concentración de entidades, costes crecientes, mayores ingresos desde el sector público y menores por crédito a residentes. Es decir, la banca está mirando a lo suyo.
Los bancos siempre ganan
Se ha transformado en un cártel y curiosamente el propio Banco de España, cuando vio algún atisbo de competencia en la remuneración del pasivo, se aprestó a recomendar que no se compitiera, aunque alguno se lo saltó.
La competencia no se ve como un valor, sino como un estorbo a que las entidades puedan exprimir su cartera de clientes en lo que sea posible con tal de presentar los mejores resultados para sufragar las provisiones sin necesidad de recapitalizarse.
De hecho, con el tratamiento a los créditos fiscales y con las menores exigencias de capital para las exposiciones de pymes, se está dando marcha atrás a las fuertes exigencias de capital, no sólo para intentar reactivar el crédito, sino sobre todo para permitir la absorción de posibles pérdidas del activo sin que se tengan que recapitalizar, ofreciendo una mayor solvencia aparente, que no real, pues se trata de simples juegos contables. Al fin y al cabo la banca es contabilidad y, como tal, una aproximación a una realidad patrimonial, pero no la realidad misma. Con la asignación fija de capital por volumen de activo era más sencillo saber si un banco era solvente. Ahora se trata de un ejercicio tan matemáticamente complejo que hacen falta consultoras y ni siquiera entre ellas se ponen de acuerdo.
Que los bancos ganen dinero es imprescindible para que alguna vez haya financiación y no sólo refinanciación. Pero quizás el sistema, tan mimado, se está pasando de frenada en la forma que exprime a su cartera de clientes. La banca es un niño malcriado que asusta tanto a papá Estado que es capaz de darle casi todos los caprichos con tal de que no enferme más. Quieres concentración para evitar la competencia, ¡pues tómala! Quieres que te avale el Estado, ¡pues aval! Quieres que estabilicemos a las entidades nacionalizadas y que les limitemos el tipo de banca que hacen, ¡pues toma estabilidad! Quieres que te proporcione ingresos desde el sector público, ¡pues tómalos!
Ahora la banca necesita menos requerimientos de capital, pues concedido, y además con la cantinela de mejorar las condiciones de financiación de las pymes, propósito muy loable que quizás se produzca una vez que las entidades hayan adornado sus ratios solvencia y puedan convencer a las compañías de rating para que se lo revise al alza en cuanto el del España mejore sustancialmente, no a mucho tardar.
Curiosamente en un mercado que es más pequeño, las entidades mantienen bastante estabilizado su cobro de comisiones, lo que evidencia un encarecimiento de los servicios. En particular, el incremento de las operaciones SEPA y otras electrónicas ha dado la oportunidad a la banca a aumentar los ingresos reduciendo sus costes. Se encarecen las transferencias, los adeudos y la tarjeta bancaria pasa a ser un soporte de crédito al consumo a unos tipos tan altos que pueden absorber cualquier morosidad.
Los clientes pierden
El beneficio para los clientes de este estado de cosas es remoto, es decir, como el sistema financiero no quiebra no se desestabilizará toda la economía. Si los políticos no se hubieran cargado la mayoría de las cajas de ahorros, aún disfrutaríamos de ese elemento dinamizador del mercado, tan necesario. Pero se las cargaron porque ni tenían idea de lo que se traían entre manos ni el supervisor prestó ninguna atención a lo que hacían.
Por eso, el cliente bancario ahora está cautivo de lo que disponen pocas entidades, carece más que nunca de capacidad de negociación y suele tener que decidir en base al elaborado argumento de que son lentejas. Pocos comen a la carta, pues la mayoría deben tragarse el menú que a lo mejor en el banco de enfrente aún es peor. Los bancos, además, cada vez tienen más ingresos procedentes de activos financieros, principalmente deuda pública, y de créditos al sector público. El Estado les proporciona bonitas y descansadas formas de ganarse el dinero mediante un negocio facilón y puesto en bandeja, mientras la contracción de la financiación a residentes es casi total.
Nos tenemos que felicitar de que ganen dinero los bancos, pero no hay ninguna gloria en ello. Parte de esos beneficios no son sino un impuesto más que los ciudadanos han de pagar para sufragar los desmanes pasados y la falta de competencia, en todos los sentidos, del sector.
Juan Fernando Robles, profesor de Banca y Finanzas.