
No pocos economistas y analistas afirman con rotundidad que, desde hace tiempo, la inflación no es un problema serio ni parece serlo a corto plazo. Una vez más, se equivocan. Como siempre, las autoridades de buena parte del mundo han tratado de resolver sus problemas de financiación e ingresos derivados de esta crisis, que les obligaba -también a ellos- a constreñir sus gastos, mediante la emisión de deuda de toda clase, incluida la moneda o billetes, y han inundado los mercados de liquidez en prácticamente todo el mundo.
Exceptuando China, que muestra datos de inflación más preocupantes, quienes defienden tales medidas, eufemísticamente denominadas "de relajación monetaria", señalan las bajas tasas de inflación registradas durante largo tiempo en los países que demostrarían que los estímulos monetarios se dirigen al lugar adecuado y necesitado de la economía, cuál es la actividad y el crecimiento.
De ahí, se añade, que en Estados Unidos, con una política monetaria mucho más laxa y agresiva por parte de la Fed, se estén produciendo mejores resultados que en la UE, donde el BCE ha actuado de forma más timorata. En todo caso, la "medicina" sería la adecuada. Sin embargo, aunque la política monetaria de la Fed no tenga parangón, ello no significa que la del BCE haya sido tímida o encogida, pues no le anda muy a la zaga: durante años se han inyectado, igualmente, billones de euros al sistema y las facilidades de ventanilla o de créditos, incluso sin garantías, han estado y siguen ahí. Y, aunque no negaré ciertas diferencias con la Fed, no cabe duda de que la política monetaria en la zona euro ha sido muy expansiva e igualmente inflacionista.
Cabe señalar, además, que el mismo problema de registros de inflación lo tuvimos hasta 2007. También entonces, y comparado con los registros históricos precedentes, la inflación mantenía tasas suficientemente bajas o moderadas como para no sospechar que estábamos en la cresta de una burbuja o de un ciclo alcista. Tampoco entonces la inflación mostraba cifras preocupantes e incluso su tendencia había sido de moderación y a la baja, con datos de un dígito y bajos, si comparamos con los registros de los noventa o antes.
Pero la inflación, que es un fenómeno monetario, es un aumento sostenido o continuado en el tiempo del nivel general de precios; es decir, de todos los precios y no de unos cuantos como medimos en nuestros índices. Por lo que, como señaló en 2005 Milton Friedman, debido a las mejoras tecnológicas y productivas experimentadas desde los noventa en buena parte del sistema económico -hoy todavía presentes-, la burbuja se manifestaba en los activos financieros y bursátiles, reales (inmobiliarios) o materias primas y bienes básicos.
Lo que hemos experimentado en materia monetaria desde 2007, tal vez desde 2008 tras lo de Lehman, no ha sido una trampa de liquidez ni mucho menos. Lo ocurrido ha sido la simple reacción, explicada y transmitida con claridad durante siglos en la tradición cuantitativa, de absorción de dinero o liquidez, es decir, incremento sustancial de la demanda de dinero, como respuesta a un proceso de crisis, hundimiento o ruptura de las expectativas, ausencia de crédito (en el sentido de credibilidad, información, solvencia...) de agentes e instituciones financieras y gran incertidumbre con aumento del riesgo (inseguridad). Ese proceso fue específico y, en la tradición cuantitativa, los bancos centrales con Bernanke a la cabeza inyectaron liquidez a sabiendas de que, como había dicho Keynes, pero también muchos economistas de la misma tradición cuantitativa antes que él, el público, ante tamaña incertidumbre, aumentaría su demanda de dinero como activo líquido y refugio por excelencia (lo mismo sucede con el oro u otros activos).
El problema añadido es que la distorsión monetaria previa a 2007 aumentó sobremanera el endeudamiento, sobre todo privado. A partir de 2008, el dinero no comprometido en deudas o ahorrado, realmente poco, ha ido a restaurar parte de ese endeudamiento. Pero el gran grueso de la inyección monetaria ha ido, como es natural, a manos de los bancos comerciales de todo el mundo que, a la espera de mejores tiempos (mayor fiabilidad, credibilidad, solvencia e información segura sobre las condiciones de los acreedores potenciales), lo han guardado en las reservas de los bancos centrales o lo han prestado a mansalva a los gobiernos de todo el mundo (desastres de deuda pública en la UE o EEUU), a veces incluso de manera forzada. Ahora podrían iniciarse esos mejores tiempos y despejarse, no sin dudas, la situación financiera y económica de casi todo el mundo, por lo que todo ese magma monetario está dispuesto a entrar en circulación antes de que las autoridades puedan, sepan, logren o les interese retirarlo (cosa que no ocurrirá, dados sus incentivos). Después de todo, la inflación ha sido la fórmula histórica usada por el poder para minorar sus deudas.
Fernando Méndez Ibisate, Universidad Complutense de Madrid.