
Angela Merkel ha vuelto a ganar por tercera vez consecutiva unas elecciones generales en Alemania, de manera contundente, clara, indiscutible, como si se tratase de una carrera de velocidad que no implicase mayor esfuerzo que el de presentarse en la línea de salida y ponerse las zapatillas de correr; si nos atenemos única y exclusivamente a los resultados electorales, las cifras resultan abrumadoras: 311 diputados para la Unión Demócrata Cristiana frente a los 192 del segundo partido en contienda, el SPD, y la FDP pierde casi el 70% de sus votantes quedándose sin representación parlamentaria, algo que no ocurría desde que el partido concurría en unos comicios generales.
Sin embargo, estos datos son equívocos. Y es que la victoria de la canciller alemana nada tiene que ver con algo casual, inopinado, inesperado e impredecible: todos los analistas políticos la habían predicho, y lo único opinable era el margen de diferencia y la distancia al segundo contendiente.
El partido de Angela Merkel no ha derrotado únicamente al SPD, sino que ha dejado abatido al socio de gobierno liberal que ya veía venir la hecatombe, ha evitado la entrada en el Parlamento alemán de los euroescépticos y ha frenado y desarmado las expectativas de los demás contendientes, rozando la mayoría absoluta. Pero este éxito alberga en sí mismo la raíz de una tragedia, que -sin embargo- refleja el éxito de la democracia parlamentaria: a la Unión Demócrata Cristiana le faltan cinco diputados para la necesaria mayoría absoluta que le otorgaría el privilegio de poder gobernar en solitario; y ahí es donde Angela Merkel va a tener que solventar el papel más difícil.
La búsqueda de un socio de gobierno no va a ser tarea simple ni sencilla, y aquel que acepte la coalición va a tener la fuerza suficiente para imponer condiciones relevantes. No será un pacto pacífico, porque en el caso del SPD el apoyo implicaría la cesión de puestos clave en el gobierno, pero no lo será menos con los Verdes, conscientes de que cada uno de los parlamentarios que eventualmente aportasen tendrían un peso específico que aumentarían exponencialmente su valor nominal en términos de votos; además hay que recordar que el ideario de este partido ha sido literalmente fagotizado por la CDU, al haber aprobado la Ausstieg la salida- de la energía nuclear, y la desaparición del servicio militar obligatorio, cuestiones que jamás se habría pensado que podrían ser incorporadas en la acción de gobierno de un gabinete liderado por la CDUCSU.
Pero en estas elecciones los 62 millones de electores alemanes, quizá sin saberlo, probablemente sin quererlo y, en definitiva, superando sus intereses más cercanos e inmediatos, han tenido que votar cuasi plebiscitariamente estos comicios representaban un hecho innegable, basado en si se otorgaba a Angela Merkel un respaldo unánime y contundente la posición de Alemania en esta nueva Europa que está surgiendo después de la peor crisis económica que se ha sufrido en el continente desde la Segunda Guerra Mundial.
Alemania necesitaba un liderazgo unívoco que la Canciller ha sabido demandar, aglutinar, dirigir y plasmar en los resultados electorales. Frau Merkel buscará el partner de gobierno más dúctil a sus exigencias, porque es lo que necesita, y es lo que necesita Alemania para poder ofrecer al resto de Europa y del mundo una imagen rotunda, fuerte y sin fisuras internas.
No son resultados irrelevantes para el futuro de la Unión Europea, y no lo son para los países del sur de Europa, acuciados por una crisis que perdura y que sólo sutilmente parece remitir en las altas esferas, pero tenuemente se percibe por el ciudadano de a pie. Europa puede fracturarse y Alemania debe saber la posición estratégica que debe jugar en este momento decisivo. Y con independencia de un afán especulativo que a nimios resultados podría conducir, las preguntas obligatorias y necesarias que hay que plantearse son del siguiente tenor. En primer lugar, si el color monocromo que resulta de esta victoria electoral, la monotonía que se puede instaurar en Berlín y la bipolaridad que roza la hegemonía, favorece a una Europa que necesita liderazgo.
En segundo lugar, si las políticas europeas van a verse impulsadas o germanizadas. En tercer lugar, si el sur de Europa va a salir favorecido o desvalido; y sobre todo si Alemania ofrecerá una respuesta adecuada frente a los grandes retos que debemos afrontar: la profundización en la integración, un euro competitivo y saludable, una Unión Aduanera donde el contrabando y la falsificación no sean los protagonistas, y donde la ciudadanía europea se sienta de nuevo protagonista, y no mero súbdito instrumental de una política que siente como ajena, lejana e incoherente; dirigida, eso sí, por una homogénea y sumisa Alemania.
José Carlos Cano, presidente de Foro Europa Ciudadana.