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Una humillación olímpica

La familia olímpica ha asestado un doloroso golpe a Madrid por lo inesperado. La estrategia española fue errónea pero no por ello su candidatura mereció caer en la primera ronda. La tradición de adjudicar los juegos por continentes se mantiene y el turno -aunque nos costara asimilarlo- era para Japón. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid deberían haber ahorrado esfuerzos para la olimpiada de 2024 pero la ilusión y la búsqueda de un rédito político resultaron cegadoras.

Ahora, España tendrá que olvidarse durante un tiempo del sueño de volver a tener unos juegos. La pelota está claramente en el tejado de París o Berlín, aunque ambas ya han disfrutado del fuego olímpico en el pasado. Madrid no puede volver a gastar por cuarta vez en una candidatura mientras se están rebajando las pensiones o haciendo importantes recortes en los sistemas de protección social. Además, los madrileños comienzan a estar cansados del constante goteo de impuestos y tasas que no paran de crecer mientras los servicios se reducen. Por lo tanto, el consabido respaldo ciudadano comienza a resquebrajarse.

El deporte español, plagado de éxitos, tampoco merecía ser eliminado en una humillante primera ronda pero nuestros propios socios europeos han sido en gran parte los responsables de este hundimiento olímpico por cuitas alejadas del deporte.

La imagen internacional de España vuelve a resentirse. Prueba de ello, es que la representación de la familia real ha perdido peso. El escándalo de Urdangarin ( exolímpico) o la corrupción parecen haber tenido más fuerza que algunos anuncios sexistas realizados por el Gobierno turco como las piscinas separadas para hombres y mujeres pero tras los focos de la adjudicación olímpica sigue un trasfondo mucho más preocupante: una escalada del petróleo por Siria puede acabar con los visos de recuperación económica.

Rubén Esteller, jefe de Redacción.

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